Thursday, June 30, 2005

Las mujeres y Benson y Aires

Es común que chicas cool, o estudiantes obesas de periodismo (o de cine o de comunicación o de letras) se acerquen a conversar con Benson y Aires, creyendo que las hace más inteligentes el estar a la altura de una charla con ellos. Olvidando, claro, que Benson y Aires tendrán mucha data sobre cine clásico norteamericano, pero son dos descerebrados.

Las más jóvenes, aunque no venga al caso indefectiblemente citan a Eduardo Galeano y el Nuevo Cine Argentino. A lo que Benson y Aires responden si Galiano es algo de Dino (el encargado de efectos especiales de "Duna" -la única película que les gusta de David Lynch), y que como ya no van al cine, no han visto películas argentinas nuevas.

Y aunque las ninfómanas punk mencionen el Dogma 95, Benson y Aires creen que hablan de "Dogma" (Kevin Smith, 1999), y cuando alguna cita a Milan Kundera todo lo que pueden agregar es que de Philipp Kaufmann prefieren "The wanderers" o "The right stuff" antes que "La insoportable levedad del ser".

De todas maneras, la situación más común es que sin que venga al caso alguna mencione a Miles Davis, y diga "ayyyyyyyyy me encanta el jazz", a lo que Benson y Aires tampoco tienen mucho que responder, salvo que prefieren ritmos menos abstractos como el ragtime o el dixieland (y que recuerdan a Richard Pryor en la película sobre Billie Holliday con Diana Roos -igual, prefieren The Supremes a Diana como solista).

La guerra de los mundos

Con el estreno de "La guerra de los mundos" (Steven Spielberg, 2005), probablemente no faltarán las mentes brillantes que encuentren metáforas "encubiertas" del 9-11 y las consecuentes intervenciones de la administración Bush.

Estupidez de la que el director se ríe de antemano, cuando en plena invasión una niña pregunta a su padre: "¿son los terroristas?".

Desde este punto de vista, la película trasciende linealidades del tipo "nosotros/ellos", abordando un proceso de deshumanización en pleno estado de podredumbre. De ahí que pueda sostenerse que "La guerra de los mundos" completa para Spielberg una trilogía en la que funciona como inmejorable reescritura de ejercicios de estilo megalómanos como "Inteligencia artificial" y "Minority report".

De hecho, si la primera fallaba porque Spielberg quería ser Kubrick, y la segunda porque Spielberg quería ser Philip Kindred Dick; en “La guerra de los mundos”, sin renunciar a ser Spielberg, hay algo de Kubrick en el sentido de que lo cerebral y la emoción se funden en un plano que no es irreconciliable, y hay algo de Dick, en la postulación de un working-class hero, la paranoia como enemigo interno y el desenlace irremediablemente apocalíptico (aunque en el caso de Spielberg aparezca disfrazo de concesión –lo cual torna el asunto mucho más angustioso).

También hay algo del espíritu de los movie brat de los 70, y del cine de Spielberg de la época (“Reto a la muerte”, “Loca evasión”) en el correlato de la historia como road movie, o viaje a ninguna parte.

En concreto, mientras los habitués del BAFICI, Malba y Lugones prosiguen en su jactancia por el cine tiraaaaaní, y su ignorancia de la historia del gran espectáculo; los yimis y botas que acudan a la última de Spielberg se limitarán a consumirla como mero fast food, obviando detalles magistrales como el vuelco de espacios abiertos, sobre los que actúan las fuerzas de la naturaleza, a un sótano hitchckoniano en el que tres personajes desnudan los entresijos de la condición humana (convirtiendo en film de chambre una superproducción de 128 millones de dólares).

"La fortaleza de la soledad", de Jonathan Lethem

Mientas los suplementos culturales argentinos enuncian debates en torno a literatura comercial versus literatura académica; muy de vez en cuando las cadenas de librerías esconden en sus estantes la traducción de obras que no pierden el tiempo en bipolaridades ciertamente reduccionistas.

Tal el caso de “La fortaleza de la soledad”, novela de Jonathan Lethem disponible sólo en Cúspide, a un precio de rescate de hija de millonario. En un país que se jacta de su miserabilismo y su mediocridad, hay sitio para libros de Aira editados por cartoneros, pero no para los intentos más recientes por concebir “the great American novel”, construyendo un universo a través de la vivisección de un período histórico.

Viene al caso emparentar la obra de Lethem con dos novelas más o menos recientes de Rick Moody y Michael Chabon, en tanto que cada una aborda diversos tramos de la historia americana a partir de la experiencia cotidiana de lectores de historietas.

En el caso de “The amazing adventures of Kavelier and Klay”, de Michael Chabon, el período es la llamada Edad de Oro de las historietas, y el héroe de nuestro tiempo el aventurero y satírico Will Eisner. En cuanto a Rick Moody y “The ice storm”, considerando que la novela se ambienta en 1973, Stan Lee, Jack Kirby y la Marvel sirven como perfecto correlato de tiempos de la contracultura en los que también cabe Vietnam, Richard Nixon y los discos solistas de The Beatles.

Respecto a “La fortaleza de la soledad”, aunque a diferencia de sus predecesoras abarca un período más extenso (que va de los tempranos 70 al nuevo milenio), los nombres, análogos a los de Moody, son la madalena proustiana que conducen a un tiempo y lugar (Brooklyn a años luz de Giuliani), una amistad y la primer conversación de una madre con un amante por el que abandonará a su familia.

Entre tanto, los años transcurren y el tiempo pasado se hace presente con el recuerdo no sólo de las historietas, sino también de “La guerra de las galaxias”, los discos del sello Motown, hits de los Jackson Five y Devo y los primeros artistas del graffiti.

Al terminar las 523 páginas del libro (a un costo de 0,18 centavos la página), dan ganas de más... Claro que para entonces el lector despierta, se da cuenta de que no vive en Brooklyn, sino en Buenos Aires, donde es imposible encontrar libros de Lethem, pero sí mucha mierda auspiciada por Beatriz Sarlo y Puán y Pedro Goyena, o por el Grupo Editorial Planeta. Ninguna, claro, con la capacidad de incentivar la lectura en tiempos sin tiempo, como “La fortaleza de la soledad”.

Tuesday, June 28, 2005

El populismo acrítico del “Nuevo" Cine Argentino

En vísperas de la crisis de diciembre de 2001, la intelligentzia de siempre ponía su atención (y la sagacidad que cree que la caracteriza) en la edición en castellano de “No logo”. Nada sorprendente, considerando que los silogismos tan correctos como lineales denunciados por Naomi Klein en su manual para colegios privados, servían como perfecto correlato en esos meses en que “Kid A” de Radiohead disfrazada de sofisticación el gesto amanerado, y el staff de la revista El Amante incursionaba en la dirección del Festival de Cine Independiente del Abasto Shopping Center.

Por entonces, un libro mucho más ambiguo perecía el silencio: “BoBos en el paraíso”, de David Brooks. Lo usual, demasiado lineal para la jerga académico-posestructuralista, demasiado humorístico para las buenas intenciones de la opinión pública y el electorado todavía desencantados con la renuncia del vicepresidente Carlos “Chacho” Alvarez.

Tal vez en su creciente miopía, nuestros “progres” se negaban a aceptar que su analista más suspicaz no sólo era un discípulo del fascista Irving Kristol, sino él mismo un agente del Imperio, asiduo colaborador del The Wall Street Journal. Dejando en evidencia, una vez más, que su pluralismo, amplitud y tolerancia se asemejan más bien a un gesto reaccionario. La lente del progresismo puede convertir a mano de obra desocupada como Kostecki y Santillán en mártires libertarios de la talla de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti; pero ay de quién se atreva a valorar una idea que no provenga del círculo vicioso de las buenas voluntades.

Y qué mejor evidencia de esta corrección política teñida de populismo acrítico que el llamado “Nuevo” Cine Argentino. Teórica y mitológicamente surgido como reacción ante un modelo formalmente pobre y discursivamente pretencioso; el “Nuevo” Cine Argentino surge en los noventa como Alianza para la alternativa (“Historias breves”, “Mala época”, “Pizza, birra y faso”), luego se vuelve transitoriamente cool durante el breve receso en que la pizza con champagne es reemplazada por el sushi con agua mineral sin gas (“Sólo por hoy”, “No quiero volver a casa”, “Sábado”, “Caja negra”), hasta decantarse por un discurso ingenuamente optimista del tipo “un nuevo cine es posible, un nuevo país también” (“Whisky Romeo Zulú”)*.

En cuanto a su temática, parafraseando a Alfredo Grieco y Bavio, si en la Argentina existiera un partido similar al del hoy olvidado Jörg Haider, “sus votantes serían personajes del nuevo cine argentino, involuntarios cultores de la pizza, birra y faso”. Nacionalismo en apariencia conciliable a su estrecho lazo con los vestigios del Estado de Bienestar que encarnan las fundaciones y mecenas de Europa, a la hora de recuperar costos frente a un mercado interno insatisfactorio.

Más que por el parricidio, el “Nuevo” Cine Argentino se caracteriza por una cierta negación de la historia. De ahí que salvo excepciones muy rara vez se atreva a jugar con reglas de género, identificándolas en su ignorancia con el entretenimiento más vacío: parecería que los géneros sólo son posibles sí y sólo sí cabe la estupidez nonsense (“Balnearios”, “El amor (primera parte)”) o el detalle antropológico (“Un oso rojo”, “El bonaerense”).

Mientras la Norteamérica de los 30 encontraba su representación cinematográfica en los bajos fondos, desarrollando el film noir y el rostro impenetrable de James Cagney; la Argentina del nuevo milenio bien perece ante la tristeza crónica de niñatos abonados al BAFICI, o bien hurga entre la etnografía de Lisandro Alonso y los diversos grupos y subgrupos de cine de “base”, piqueteros et quelques autres. Manteniendo como denominador común, claro, la incapacidad para observar el detalle. Si hasta Naomi Klein filmó recientemente un documental sobre fábricas tomadas...



* Vale aclarar que no se trata de una periodización lineal, sino de categorías flexibles que perfectamente se combinan, o bien subsisten residualmente más allá del recorte histórico asignado.

Monday, June 27, 2005

Tormentas de mierda

Algunas personas todavía creen que a través de sus desventuras trazan algo así como el camino hacia una cierta felicidad. Ingenuos. Lógica básica, son las mismas personas que esperan conocer a alguien por sobre todas las cosas "inteligente", olvidando, claro, que si esa tal persona realmente es inteligente, entonces ¿qué motivo tendría para permancer a tu lado?

Las tormentas de mierda no acaban.

Alguien ignora que su ex novia no sólo conoció a alguien luego de cortar, sino que seis meses más tarde ya planea boda. Un chica cool se sigue entregando con facilidad a los hombres, ignorando que así nadie tendrá tiempo para desearla, ni por ende para corresponder su amor de escolar. Otros no logran conciliar un pasado, no porque éste haya sido sórdido, sino por dar un sentido a su vida pensando en sentido trágico un material que se asemeja más bien a una comedia sin gracia.

Nadie se detiene a pensar que si hay belleza en el mundo, es porque irremediablemente contrasta con todo lo demás.

Friday, June 24, 2005

Philip Larkin - This Be The Verse

They fuck you up, your mum and dad.
They may not mean to, but they do.
They fill you with the faults they had
And add some extra, just for you.

But they were fucked up in their turn
By fools in old-style hats and coats,
Who half the time were soppy-stern
And half at one another's throats.

Man hands on misery to man.
It deepens like a coastal shelf.
Get out as early as you can,
And don't have any kids yourself.

Demasiado (poco) amor

Albertina estaba por dejar a su ligue. Sólo que decidió darle un cita más, tras un polvo mediocre en la habitación de su madre (mientras ésta pasaba el fin de semana en los campos de una familia amiga). Pero en vísperas de la prórroga, su ligue la dejó por teléfono, diciendo que ella era "demasiado cariñosa con él".

Al par de meses, Albertina se hartó de su psicoanalista, pero como los encuentros "repuntaban" cuando daba a entender que quería abandonar el tratamiento, decidió para sí misma darle a su terapeuta una cita más.

Durante la semana apagó el celular, desconectó el contestador de su línea y dejó de chequear e-mails, porque temía que la doctora Bolsa la dejase, diciendo que era "demasiado cariñosa con ella".

Cara de perro muerto

Es motociclista. Trabaja en una feria ambulante haciendo piruetas tipo pasar por un aro prendido fuego. Aprendió el oficio cuando fue necesario conseguir dinero para salvar de una subasta la casa de su abuela.

Como tiene sídrome de Tourette, los efectos secundarios de la medicación le produjeron tiroides. Lo prefiere, por sobre todas las cosas, a los hemorroides, porque si los tuviera no podría andar en motocicleta.

Wednesday, June 22, 2005

Enrique

Enrique lleva más de veinte intentos de suicidio. El primero fue a los ocho años, cuando se madre lo "olvidó" en un supermercado, y en su ingenuidad el niño Enrique se lanzó a la escalera mecánica, creyendo que sería devorado.

Un guardia de seguridad lo recató a tiempo, dio parte a la policía y Enrique fue enviado a un orfelinato, en donde intentó suicidarse (sin éxito) lanzándose de una plataforme y consiguiendo apenas un esguince.

Una vez que su tía fue al rescate, y Enrique se instaló en el hogar de ésta, los intentos no cesaron. Tampoco la falta de éxito de los mismos. Enrique ha llegado a un punto en que enciende la radio, escucha "Todo a pulmón" de Alejandro Lerner, y estalla irremediablemente en llanto deseando nada más que morir.

Hace poco, atendiendo en la farmacia de su tía, conoció a una mujer. Como la tía no iba a estar en casa ese fin de semana, Enrique la invitó a almorzar. Pero se le quemó el pollo que preparaba para ella, y cuando llegó encontró a Enrique con la cabeza metida en el horno. Y la llave cerrada, claro.

Tan mierda es la vida de Enrique, que cuando quiere suicidarse fracasa.

Nihilismo

Quienes hayan vivido los noventa recordarán una imagen televisiva aún más "no-futuro" que la del ministro de economía Cavallo hablando en cadena nacional.

Carlos Artigas, era su nombre. Durante los ochenta, había cobrado cierta celebridad interpretando a Teo, el mayordomo liliputense de Johnny Tolengo, el famoso sketch acerca de un detective cantante que daba cierre a "Calabromas".

Entonces, Artigas ya estaba condenado a la sumisión. Prueba de ello es el LP de Johnny Tolengo, en el que puede encontrarse una canción sobre Teo el mayordomo, en la que participa el mismísio Artigas.

Al que volvería a hacer (dar voz) entrados los noventa, durante sus colaboraciones en "Polémica en el bar", la clásica creación de Gerardo Sofovich.

Ahí, Artigas se limitaba a permanecer de pie junto a la barra del bar, sin decir palabra. De vez en cuando Gerardo le pedía una silla para un invitado, y Artigas la alcanzaba, y se autoinvitaba a sumarse en la mesa. Bajo la mirada inquisitoria de Gerardo y sus parroquianos, claro (Rolo Puente, Hugo Gambini, Luis Beldi, Raúl Urtizberea, de vez en cuando Raúl Portal).

Toda una generación veía "Polémica en el bar", buscando en la profundidad de campo al enano de pie, esperando el día en que estallara su psicosis y atacara a Sofovich.

Algo que nunca sucedió. Para hacerlo sentirse importante, al final del programa el enano hacía un paso de comedia en el que se retiraba del bar con dos rubias falsas, ante la incetidumbre y el asombro de la mesa.

Gerardo sabe contener la psicosis de los freaks que participan en sus programas. Algunos para el recuerdo: Beto César (un comediante que no hacía gracia), Arévalo (un calvo de bigote tupido que coordinaba concursos de pulseadas), Marcela Tiraboschi (una puta demasiado vulgar para femme fatalle, cuya carrera llegó a su fin durante un escándalo de cocaína y tratante de blancas).

Los grandes relatos no tratan de amor, sino de camaradería

Vainer y Cloos se conocieron en un secundario teóricamente reservado para mentes prodigio. “EL” Colegio, lo llamaban sus alumnos, egresados y docentes.

Veiner era bajo y delgado, y vivía en Recoleta junto a su padre publicista adicto a la cocaína y al sexo con aspirantes a modelo. Su madre era una ex actriz porno que había abandonado a Vainer a los seis años, instalándose en Chile para escribir novelas románticas sobre latifundistas y peones.

Cloos era levemente obeso y ya desde la adolescencia dejaba entrever una calvicie en estado latente. Tenía dientes desproporcionados. Vivía en Flores, junto a su padre electricista y su madre ama de casa.

Ambos eran hijo único.

Vainer envidiaba de Cloos el hecho de que su familia no se hubiera desintegrado. Cloos envidiaba el status de Vainer, el hecho de que a la salida de “EL” Colegio se tomara el subte D para volver a casa, y no un transporte público de la línea 86.

Ambos compartían las drogas. Las que Vainer robaba a su padre, y las que Cloos conseguía entre sus viejos cofrades del barrio. Y los discos, claro. Los CD que Vainer cargaba a la tarjeta de su padre, y los vinilos con los que se hacía Cloos por monedas.

Al egresar de “EL” Colegio, Cloos convenció a Vainer para que pusiera dinero en una revista de rock. Eleonor Rigby, la llamaron. La redacción se encontraba en casa de los padres de Cloos. Llegaron a tirar unos mil ejemplares. No mucho, considerando que eran años prósperos para el país, pero nada mal, considerando que se trataba de una revista de distribución limitada.

Eran felices. Entraban gratis a recitales, entrevistar a celebridades les servía para acceder a sus drogas de diseño, los sellos pequeños les mandaban para reseñar discos que ellos regalaban a pseudo-groupies a cambio de una mamada que les practicaban en aquellas noches en que las drogas y el alcohol les permitía que se les pusiera dura.

Eran felices, insisto. Hasta que un gran diario convocó a Cloos para que se hiciera cargo de su suplemento joven de los viernes. Y así fue. Y aunque en un principio juró que no abandonaría Eleonor Rigby, y que por el contrario, el suplemento joven serviría para promocionarla; la revista fue pasando de mensual a bimensual, trimestral, semestral, anual y parte del pasado.

Seguían viéndose con Vainer, de todas maneras. En sus malos bajones, Vainer lo acusaba de traidor, le reclamaba los mil dólares que había puesto para el primer número de Eleonor Rigby; pero los únicos reclamos a los que ponía atención Cloos eran los de sus superiores en el diario, y los de la pasante de TEA con la que convivía en un apartamento de Corrientes y Lambaré.

Una noche, Vainer y Cloos y su novia pasante de TEA, fueron colocados a la avant-premiere de “La playa” (Danny Boyle, 2000). La pasante se fue por la mitad de la película, a raíz de un bajón que la deprimió de golpe. Hacia el final de la cinta, Vainer tuvo una “iluminación” y al día siguiente partió a Tailandia, en busca de la playa (o mejor dicho, de lo que ésta significase). Una vez en el lobby, Cloos conoció a una psicóloga de doble apellido, jefa de recursos humanos en una empresa de entretenimientos abocada al rock y al pop, y se enamoró de sus botas rojas.

En Tailandia Vainer dejó las drogas a través de la meditación, y tomó contacto con el budismo-zen. Inspirado en “La playa”, hoy financia a cien kilómetros de Buenos Aires una suerte de Utopía en la que fabrica saumerios y predica el amor por el Dalai-Lama.

Luego de dos años como amantes, Cloos dejó a la psicóloga de doble apellido, en parte por las amenazas de suicidio de su novia ex pasante, devenida colaboradora del suplemento joven. Hasta que una revista de la contracultura, devenida franquicia multinacional, lo convocó para hacerse cargo de la dirección; entonces Cloos dejó el apartamento de Lambaré y se instaló en el duplex de Belgrano de la psicóloga de doble apellido. Al principio fueron difíciles las cosas con la ex pasante, pero darle un par de colaboraciones en la revista significó el comienzo de una gran amistad.

Cloos ya no enviada a los que toman el subte D. Por el contrario, hasta se ríe del hecho de que no tengan para taxi. Aunque por insistencia de su novia botas perdió algunos kilos, su calvicie ha empeorado. Pero no importa, lo acaban de nombrar responsable de las ediciones cono sur de la revista, y ahora tiene a una rubia falsa para relucir en las cenas con los directivos.

No tienen buen sexo, pero los peces gordos envidian el encanto de la pareja.

Tuesday, June 21, 2005

La venganza de los nerds nunca tendrá lugar

Lyle Lovett es uno de los nuestros. El hombre duro que resulta la perfecta evidencia de que la venganza de los nerds nunca tendrá lugar. Un tipo feo que jamás será famoso, aunque de vez en cuando tenga un golpe de suerte.

Como casarse, hacia 1993, con Julia "la novia de América" Roberts, cuando obviamente ella no buscaba amor, sino desquitarse con sus former-yimis captando al clásico perdedor con el que ninguna mujer querría bailar.

De más está decir que el matrimonio duró apenas dos años. Error de casting. ¿Quién vería una película de Julia Roberts, con Lyle como objeto amoroso? (risas)

Ella siguió viviendo en la gran pantalla la misma mierda de siempre.

Él sacó un disco (un gran disco) titulado "The road to Ensenada". Que tiene un track oculto, dedicado a esa mujer, en el que decide mirar atrás sin ira.

Ella se cree feliz con sus mellizos y su infierno burgués.

Él escribe canciones.

Queremos tanto a Aimee Mann

Cuatro habitantes del Mundo del Cinismo planifican noviazgos: una joven cool con un periodista levemente afeminado, una doctora adicta al sexo con un radiólogo (que mantiene su tren de vida gracias a los tres restaurants que gerencia su padre), una jefa de prensa con un DJ y una experta en comunicación interna con un movilero que de momento sólo muestra en cámara su mano con el micrófono.

Por suerte Aimee Mann nunca será famosa. Porque si lo fuera sabrían que de antemano la casa gana, con sólo escuchar: "Ahora que acabo de conocerte / vas a echarme en cara / que nunca más volveremos a vernos".

Parafraseando a Paul Thomas Anderson, "Aimee es una gran observadora de los asuntos más jodidos que nos solemos preguntar: "¿Cómo creer que alguien puede llegar a amarme?", "¿Cómo mierda puede alguien amarme?", y la gran favorita, "¿Por qué amar a alguien cuando es irremediable que signifique una tortura?"

Én términos cinematográficos, mientras los catro habitantes crean que están viviendo su "Love actually", al final descubrirán que están viviendo su "Magnolia", entre suicidas, abusados, enfermos terminales y niños prodigios sin corazón cantando a coro: "Pero ahora ya sabés / que ésto no va a parar".

Thursday, June 16, 2005

Las trillizas de Bootsville II

Las jefas de la conspiración suman planes.

Ahora proponen: que una de ellas diga abiertamente "acabo de pelearme con mi novia", y luego guiñe el ojo a una de las trillizas.

Que en vez de besarse una de las undercover tome de las tetas a su amiga y que ésta última grite "TE ESTÁS COLGANDO DE MIS TETAS". Delante de las trillizas, claro.

Wednesday, June 15, 2005

Las trillizas de Bootsville

El año pasado, durante un cumpleaños, llegó una pareja de lesbianas. No se estaban besando ni nada muy indiscreto, simplemente iban tomadas de la mano; pero un trío de rubias falsas con botas Sarkany y faldas Las Pepas, se quejó ante la anfitriona del cumpleaños a raíz del "exhibicionismo" de la pareja feliz.

Un año más tarde, una amiga progresista (que adhiere a las causas nobles siempre y cuando éstas no adolezcan de gigantismo), propuso una venganza: observará fijo las tetas de una de las rubias falsas, y si el recurso no funciona pasará al Plan B, consitente en besar a una amiga delante de las trillizas de Bootsville.

(más información en el próximo Boletín)

Lo que Sally le dijo a Harry (en la vida real)

Alguien me dice que si las comedias son como los ligues, por qué al recordar las comedias inexorablemente se ríe, y al recordar los ligues a veces se siente tristeza.

O sea, ¿no debería sentirse tristeza al recordar las comedias (porque resultan el último vestigio de algo llamado felicidad), y reír al recordar los ligues (porque por fortuna conseguimos librarnos de esa gente imbécil)?

Nota: en la vida real, cuando Harry le dijo a Sally que le gustaba el modo en que pedía la ensalada, y que quería que fuese la última persona con la que hablaba antes de irse a dormir, ella no lo besó, sino que lo mandó a tomar por culo (y se fue con un Yimi).

El cartero psicópata

Nadie recuerda su nombre. Tampoco se sabe muy bien cómo era físicamente: algunos dicen que se parecía a William H.Macy, otros que tenía un aire a Danny Trejo, algún tercero comentó que de perfil era un símil de Clive Owen.

Lo cierto es que en su ruta postal comenzaron a darse suicidios en masa.

Un policía de encubierto se hizo pasar por vecino, y llegó a la conclusión de que el cartero había desarrollado un método a través del cual, siguiendo unos pocos indicios del sobre, abducía cuál traia buenas noticias y cuál no.

Ergo, las malas noticias las entregaba con puntualidad, y las buenas las catalogaba como "paradero desconocido" y volvían a sus remitentes.

Durante el interrogatorio, la policía descubrió que el cartero tenía un coeficiente más bajo que el promedio. Y que no sólo era incapaz de urdir un plan como el que se le acusaba, sino que se había limitado a cumplir con su trabajo.

Sólo que en el mundo no hay lugar para las buenas noticias.

Pregunta: ¿por qué la comedia es el género más difícil?

Respuesta: porque al hecho de que cada vez se estrenen menos comedias que no sean más de lo mismo, se suma la cuestión de cómo conseguir un ligue que vaya con esa comedia (y no perecer la humillación ante las miradas inquisitorias de parejas con cara de orto que observan a una persona sola en una película hecha para verse de a dos).

De por sí, el problema no es conseguir un ligue, sino conseguir un ligue que quiera ver esa película. Es decir, si vas por una persona cool probablemente no va a querer ver la comedia que estabas esperando, sino alguna mierda con pretensiones artísticas que hace sentir inteligente al espectador. Y si vas por una botas o un yimi, no va a querer ir al cine sino a algún pub irlandés (regla básica, las botas y los yimis comienzan a ir al cine en el segundo año de noviazgo, a medida que sus citas se hacen más breves y ya no tienen nada que decirse –sin mencionar que eligen buenas películas por error, o porque no quedan entradas para “Hitch”, y claro, no las entienden).

Resolución del conflicto: así como el mercado cinematográfico ofrece cada vez menos comedias interesantes, el mercado sentimental ofrece menos personas interesantes.

Monday, June 13, 2005

Una pareja con cara de orto en domingo

Un domingo por la tarde, un encuentro entre amigos que no terminan de definir si son intelectuales o cool o tal vez ambas cosas. A pocos metros de la mesa, una típica pareja con cara de orto sentada en un sofá. No se hablan.

Propusimos una genealogía de ambos.

Él se llama Javier, es egresado de colegio inglés y trabaja en sistemas mientras pospone una y otra y otra vez su tesis en Ciencias de la Informática en la UBA. El motivo: tiene tres trabajos con los que gana apenas 1500 de los 3000 pesos necesarios para poder casarse y tener hijos.

Ella se llama Silvina. Empezó Psicología también en la UBA, pero luego de tres años lidiando con el CBC se cambió a una escuela de marketing, que también abandonó cuando un profesor la reprobó por cuarta vez en un final, y entonces decidió esperar a que el docente muera y recursar, pero el sujeto sigue con vida. De ahí que Sil se haya cambiado a Administración de Empresas en la UCES.

Sus bajas calificaciones las explica a raíz del tiempo que le insume ser cajera de Walter Warnes, un local de respuestos automotores que pertenece a su padre y a su tío. En realidad, el fundador fue su padre, pero luego de una estafa del sindicato de taxistas su tío salvó el local ingresando como socio, con el dinero que había obtenido como transportista de combustibles YPF (cuando la empresa era del estado; al ser privatizada, Repsol prescindió de sus servicios).

Los padres de Javier odian a Silvina, la consideran una puta.

Los padres de Silvina odian a Javier, lo consideran un maricón.

A Sil le basta una cara de orto para evitar a la familia de su novio. Él, en cambio, no tiene más opción que acompañar a su chica y a la familia de ésta al autódromo, donde su hermana menor trabaja de promotora y Walter Warnes auspicia el auto del ex novio de Silvina. Éste último se llama Luciano, es seguridad en un boliche bailable y vendedor de viajes de egresados en colegios de zona norte.

Silvina conoció a Luciano cuando tenía 16, y él 21. La sedujo su motocicleta. Estuvieron juntos hasta que ella cumplió 23, y él vendió su Honda para pagar el casamiento. Plan que no fue a raíz de que él volvió de su último viaje de egresados, ella tomó la iniciativa de acomodar su bolso y encontró una caja de condones...

Entonces, Luciano invirtió el dinero que tenía para la boda en un auto de Turismo Carretera. Justifica su irracionalidad al volante en el hecho de que desde que lo dejó Sil, le da lo mismo estar vivo que muerto.

Error de casting

La primera impresión que se tiene al ver "Godzilla" (Roland Emmerich, 1998), es que el fracaso artístico y comercial de la película resulta del hecho bastante inverosímil de que un sujeto tan agradable como Mathew Broderick (aka "el hombre que fue Ferris Bueller") no logre superar su historia con una mujer tan histérica y desagradale como Maria Pitillo.

De lo que se desprende: ¿no será que, a tiempo real, las parejas fracasan no por falta de "química" ni de "conexión", sino por un error de casting?

Hace dos meses, un amigo que se parece a Vin Diesel salió con una amiga que se parece a Christina Ricci. ¿Alguien pagaría por ver una película con Vin Diesel y Christina Ricci? Pues no. La pareja duró en cartel unas tres o cuatro citas.

Recientemente, en una sobremesa, una gente amiga apostaba por el inicio de una relación entre una suerte de Melanie Griffith en su etapa pre-colágeno y un James Woods en creciente autodestrucción. Pues fui el único que dijo "Melanie podrá ser encantadora y James el amigo que todos queremos tener, pero "Un día en el paraíso" duró tres semanas en cartel porque es más falso que un billete de tres dólares que alguien tan artificial como ella sea la chica de alguien tan genial como él...".

Y así fue.

El hecho, de todas formas, tiene sus ventajas. Por ejemplo, me gusta una chica que se parece a Cameron Diaz. Ayer me enteré que empezó a salir con un egocéntrico-zen que sería Keanu Reeves. Pues bien, "Feeling Minessota" fue un verdadero desastre.

Friday, June 10, 2005

Un poli de encubierto

Una chica cool. Corta con su novio luego de cinco años.

El primer año y medio sin él, sus citas no funcionan. Al percibir que la terapia no logra esbozar una respuesta, contrata a un detective privado.

Durruti, tal es su nombre, le entrega un informe: las tres personas con las que se citó luego de romper con su novio, eran una misma persona... el oficial Flores, un poli metido de encubierto en el mundo cool, que cree ver en la chica una carnada para atrapar a los peces gordos que distribuyen drogas en Palermo.

De ahí que adoptara personalidades como un diseñador gráfico, un médico residente sesionista de una banda de blues y un periodista de rock.

Hoy día la chica sale más que nunca a eventos cool, con el fin de conseguir un cuarto ligue que, claro, sea el oficial Flores de encubierto.

Será su oportunidad de convertirse en femme fatalle y traicionarlo.

Thursday, June 09, 2005

Aires y Benson

El cine, para Benson y Aires, es el cine de Hollywood. Preston Sturgess, por sobre todos los nombres. John Huston, Billy Wilder, Howard Hawks, Ernest Lubisch, Frank Borzage, William Wellman, Norman Taurog.

De hecho, en lo que se refiere a directores europeos, sólo les interesan las películas que éstos hicieron en territorio americano. De Polansky, "Barrio chino"; de Milos Forman, "Taking off"; de Emir Kusturica, "Arizona dreams"; de Louis Malle, "Crackers"; de Luis Buñuel, "The young one"; de Jean-Luc Godard, "King Lear"; de Werner Herzog, "La balada de Bruno S"; de Michaelangelo Antonioni, "Zabriskye point"; de Wim Wenders, "Hammet"; de Francesco Rosi, "The Palermo connection"; de Luc Besson, "El perfecto asesino"; de Sergio Leone, "Érase una vez en América".

Lationaomericano no vieron mucho. Les gusta "A little princess", de Alfonso Cuarón, y "Mimic", de Guillermo del Toro.

Wednesday, June 08, 2005

Pinocho de Aires y Benson

Para la vacaciones de invierno, una multinacional dedicada al entretenimiento anunció el estreno de una nueva adaptación musical de “Pinocho”, protagonizada por un preadolescente que había cobrado notoriedad gracias a una telecomedia.

Joe Kruger, un ex montonero que tenía sus inversiones en servicios de seguridad privada, aprovechó el anuncio para incursionar en el negocio del entretenimiento, estrenando una versión “Pinocho” menos ostentosa, dirigida al público que no tenía suficiente dinero para asistir a la puesta de la multinacional.

Entonces, compró los derechos de una adaptación que había escrito un psicopedagogo para una compañía de teatro del interior del país. La idea era estrenarla en los sótanos de la galería comercial en la que funcionaba la disquería de su hermano, Sergio Kruger.

Pero había un problema... a diferencia del espectáculo que anunciaba la multinacional, el “Pinocho” de la galería no tenía canciones. O mejor dicho, sus canciones eran demasiado didácticas, podría decirse anacrónicas.

De ahí que Joe Kruger contratase a dos músicos empleados de un videoclub que también funcionaba en la galería. Así fue como Aires y Benson se lanzaron a la reescritura y puesta en escena de “Pinocho”.

La noche del estreno, nadie supo muy bien qué pensar. “Pinocho de Aires y Benson” era un seguidilla de citas y referencias que duraba tres horas y cuarenta minutos.

En la versión de Aires y Benson, Pinocho era un estafador callejero que servía a un ex combatiente de Vietnam (cuya pesadillas a raíz de la guerra, se incluían en el escenario). Como su sueño era fugarse a Tijuana, la mayoría de las canciones eran country. La trama giraba en torno a engaños, a los que seguían otros aún más retorcidos, y así hasta volver ininteligible. Las subtramas: detalles casi antropológicos en torno de los mundos del bowling, el surf y los vendedores de autos usados.

El psicopedagogo que había adaptado originalmente la obra, aprovechó sus clases en la UCES para hacer pública la perpetración de su original.

Ningún espectador quedó del todo conforme con el espectáculo, pero durante el receso invernal la recaudación funcionó de acuerdo a lo que se esperaba.

Algunos de los niños que estuvieron ahí crecieron; cuando hoy acuden a la zoplicona para poder dormir, recuerdan que todo empezó al ver “Pinocho de Aires y Benson”.

Un cierto aroma a mierda

Yimi tiene una sobrina de nueve años que padece síndrome de down. Se llama Candelaria. Los sábados en que la novia de Yimi tiene algún cumpleaños o sale a bailar con sus amigas, Candelaria se queda a dormir en el piso de soltero de su tío.

Un domingo al mediodía, Yimi organiza un pequeño almuerzo para su novia, su sobrina y su amigo Dodi Palermo. Están todos ahí. Salvo Moni. Yimi debe pasar a buscarla. Entonces deja a su sobrina a cargo de Dodi. La única sugerencia que le da es que si percibe olor a mierda es porque Candelaria se cagó...

... y sería magnífico que pudiera cambiarle el pañal.

Al poco de ir por Moni, mientras juegan al Playstation, Dodi percibe ese cierto olor a mierda. Candelaria se supone que está jugando a algo consigo mismo.

El aroma se hace más y más putracto.

Dodi lleva a Candelaria al baño, al mismo tiempo que llena la bañera, baja los pantalones de Candelaria y se ve sorprendido por una erección...

Durante la semana, Cande asiste a su Escuela Diferencial como en cualquier otro día. Aunque ese día, precisamente, es muy especial porque tiene su taller favorito, capoeira. Lo dicta un pro-brasileño indolente llamado Celso Antonioni.

Celso lleva un par de semanas en la escuela. Pero se siente a gusto. En parte porque tiene mucha fe en el coqueteo con una de las secretarias administrativas.

De hecho fue mientras galanteaba con ésta, de paso por el patio en el que los niños practicaban la danza, que Celso experimentó por primera y última vez el gusto a mierda que provenía de Candelaria.

Algunos compañeros de reían de ella, por lo cual lloraba

Celso Antonioni decidió llevarla a la cocina. No tenía pañales, pero tal vez si limpiaba la mierda con un trapo húmero, el olor aplacaría.

Bajaba los pantalones de Candelaria cuando una auxiliar ingresó a la cocina y no pudo más que dar un grito ante la estampa.

Los profesionales del Gabinete no tardaron en llegar. Diagnosticaron que Candelaria tenía el orificio anal dilatado. Y claro, los indicios apuntaban al único sospechoso, que no era precisamente Dodi Palermo.

Al llegar a prisión, los reclusos arrancaron los dientes de Celso Antonini para que pudiera “chuparla sin morderla”. Su madre tuvo que cerrar la Tienda de Sombreros con la que había pagado sus estudios de capoeira, a raíz del asedio de la prensa progresista y de los ciudadanos indignados que hicieron destrozos.

Homenaje a Olmedo y Porcel

¿Qué tal una comedia ambientada en Buenos Aires, hacia 1977, con Henry Kissinger y Emilio Eduardo Massera haciéndolas de Olmedo y Porcel?

Sinopsis: Beatriz Susana Castigloni, esposa del Comandante Massera, planea compartir un fin de semana en la campiña, junto a su familia. Pero su marido a último momento pide disculpas y explica que debe permanecer en la ciudad, repasando unas planificaciones para inyectar dinamismo a la lucha contra la subversión.

Orgullosa de las responsabilidades de su marido, Beatriz va de todas formas a la campiña, junto a sus hijos. Emilio queda a solas. Pero no trabajando, sino que se dirige al Aeropuerto de Ezeiza, para recibir a un amigo que previo a una visita a Chile espera disfrutar de un fin de semana en la boites de Buenos Aires.

Su nombre: Henry Alfred Kissinger.

Lo que sigue: "picada" en Fechoría, teatro de revistas, hoteles alojamiento en las afueras de la ciudad, lupanares, enredos, más enredos.

La chica de la comedia sería Grace Alfano.

Ingratitud

Acaba de ser padre por segunda vez un sujeto al que no veo desde hace muchos años. Nunca fuimos amigos. Él último recuerdo que tengo de él es en el velorio de su madre, una rubia falsa que decidió poner fin a su vida lanzándose bajo un tren.

Supe que después de eso se puso de novio con una estudiante de contabilidad de los suburbios, y un psicoanalista de quince pesos la sesión diría que para llenar el vacío dejado por la muerte de su madre, al par de años se estaba casando.

Algunos amigos fueron a la boda. No se portaron bien. Al año y medio, poco después de que naciera el primer hijo del matrimonio; mis amigos llamaron a un sujeto del grupo para invitarlo a algún lugar. Cuando atendió la madre de este último explicó que no se encontraba en casa, “había ido al bautismo del hijo de...”

Mis amigos se enteraron que no habían sido invitados a raíz de su comportamiento en la boda, por pedido explícito de la esposa de un sujeto que no consideró compartir el bautismo de su primogénito con las personas que estuvieron junto él cuando debió dar sepultura a su madre.

Friday, June 03, 2005

La sagrada comunión

Tengo una amiga católica. Católica progresista, pero católica al fin. Es decir, no es de esas mojigatas con vestidos de campirana que se suelen llamar Milagros, Lourdes o Fátima (y que cuelgan de su cuello una cadena con el logo de la respectiva vírgen); sino que por el contrario, la religión suele pesarle en sus citas dado que es demasiado “progre” para los niñatos del Opus Dei, mientras que los autodenominados ateos y agnósticos le ofrecen un sermón sobre la complicidad de la Iglesia en las Cruzadas, el Holocausto, la transferencia de fondos vía el Banco Ambrosiano, etcétra.

Sólo en una oportunidad salió con un católico que no pretendía llegar virgen al matrimonio. Un sujeto ciertamente parco al que conoció en un lugar de salsa, que la llamó a la semana siguiente para invitarla al casamiento de alguien de su oficina.

Ella aceptó. El asunto parecía venir en serio: católico, buen dinero, le gustaba bailar. Detalle, sí, era un poco lento a la hora de inducir a la intimidad.

De hecho hacía un mes que se estaban viendo cuando ella decidió dar un paso adelante y luego de cenar en un restaurante armenio fueron al Hotel Golondrinas.

Llegaron. Ella fue directo a la cama, él al baño. Estuvieron media hora ahí cada uno. Cuando él salió, sin ningún juego previo llevó a cabo el coito. No se sintió más que un escupitajo al minuto de la penetración. Después, durmieron.

Él no volvió a llamarla, ella tampoco se preocupó en buscarlo.

Thursday, June 02, 2005

Vietnam

Insisto, una Sex and the city argentina estaría muy lejos de Darren Star y muy cerca de Frank Miller. Si hablamos de microfísica del poder, qué mejor callejón sin salida que las relaciones amorosas, esa especie de legitimación de la mentira en la que sólo se sale victorioso adoptando el coeficiente de un escolar.

Viendo tanta gente que cae en una trampa tan básica, me siento un teniente de pelotón que ha perdido a todos sus hombres en una guerra en apariencia tan simple como la de Vietnam. El amor es el ateo y comunista Vietcong, pero en épocas en que está de moda atacar al mundo libre, los rojos siguen lavando cerebros.

Por suerte, todavía “amo el olor del napalm por la mañana”. Es decir, si se ama a alguien es porque amando es como mejor se conoce a las personas, y en fin, hay que conocer muy bien a tu enemigo si lo que se busca es destruirlo...

Una chica ingenua

Connie es una chica baja, de senos desproporcionados. Alguien dice que fueron implantados en un hospital público, lo cual es poco probable, dado que, por el contrario, algunos meses atrás ingresó al quirófano para reducir el tamaño de su busto (y no fue en una institución financiada a través de impuestos, sino en una clínica que pagó su padre, un sociólogo autodenominado “revisionista”, montonero exiliado en los 70 que actualmente se desempeña como consultor del Ministerio de Bienestar Social).

Una noche, en una salida a un bar de mozos metrosexuales, Connie anunció a sus amigas que se iba a Podestá, a poner fin al año y medio que llevaba sin coger.

Un par de ellas la acompañaron, decisión de la cual terminaron arrepintiéndose dado que mientras esperaban en vano un abordaje que no llegó (al menos esa noche), Connie conoció a los pocos minutos de entrar a un sujeto no muy alto, bastante delgado, con aire más afeminado que transgresor. Tenía un corte de pelo à la Oasis, en el año 2004.

No era lo que se dice vivaz ni inteligente, pero caramba, tampoco Connie era una persona que mereciera tener alguna aspiración en ese campo.

Bebieron un par de tragos de albahaca, que obviamente pagó él, y luego de algunos arrumacos que resultaron placenteros más por su larga ausencia que por un dominio hábil, buscaron un taxi y fueron al Hotel Golondrinas.

No hubo juego previo. Él era demasiado torpe, ella estaba demasiado desesperada. Y aunque prima facie a Connie le resultó ciertamente poco prodigioso en tamaño el miembro que llegó a manosear, pues tal vez era de esos que crecen una vez dentro.

Pero no. Aunque intentó acercarlo a su clítoris, excitarlo con jadeos y contrayendo su pelvis, básicamente no la sentía. Connie se puso a llorar. El sujeto, todavía adentro, le preguntó si el problema era el tamaño. Ella dijo que no. Se apresuró para que él acabara, y luego de mostrarse indiferente ante obsecuencias que celebraban su belleza, etcétera, mientras el sujeto dormía, Connie abandonó la habitación.

Dejó sobre la mesa de luz un par de billetes para pagar su parte

Wednesday, June 01, 2005

Pizzería de los Reyes

Yimi y Dodi se conocieron a finales de los noventa, cuando entraron como pasantes de una empresa multinacional. Yimi en el área comercial, Dodi en la parte de finanzas.

Salían juntos todos los fines de semana. Ambos con el celular apagado, para que nadie pudiera rastrear a “los chicos lindos”. Cuando no estaban en un VIP con rubias falsas, se metían en el cuerpo algún estimulante que los movilizara, o bien discutían minucias sobre sus próximas vacaciones en el norte de Brasil.

Pero no eran precisamente felices.

Dodi Palermo seguía atado a su madre, Gertrudis, una mujer que a poco de enviudar se casó con el medio hermano de su esposo, un empresario dueño de varios estacionamientos para autos llamado Claudio Aparcadero.

Yimi Rico, al margen de un origen del cual no solía hacer mención, seguía sin superar a su primer amor, una botas de Barrio Naón llamada Moni. Todo había llegado a su fin una vez que sin querer, tras cinco años de noviazgo, Yimi le levantó la mano.
Al par de días, el padre de la novia, miembro de la comisión técnica del club Nueva Chicago, citó a Yimi en un bar frente al estadio. Al llegar unos minutos más tarde de lo acordado, Yimi saludó a su suegro con parquedad, y éste dio una orden para que un grupo de mano de obra desocupada que solía frecuentar el club se encargara de él...

Los años fueron pasando. Yimi y Dodi quedaron efectivos en la multincacional, aunque cada uno deseaba a su manera abandonarla: Yimi fundando su propia productora (nunca especificaba de qué), Dodi incursionando en el mundo de la política a través de los manejos de su madre. Ninguno de los dos llegó a mucho.

Pero el destino es una puta vieja...

Una noche, sin querer, Yimi se reencontró con Moni... Nadie sabe muy bien de qué hablaron, pero lo cierto es que al poco tiempo anunciaron su matrimonio.

Al poco tiempo, también, Gertrudis arregló una boda para su hijo, con una modelo de lencería llamada Wanda (levemente celebre a través de las publicidades gráficas de una marca de ropa interior denominada “Los placeres de Gloria”).

Finalmente, Yimi y Dodi renunciaron a la multinacional. Yimi se convirtió en mano derecha de su suegro, Dodi en la de su padrastro.

Necesitaban dinero para pagar las extensiones de la tarjeta de crédito de sus respectivas esposas, abocadas al gasto desmesurado en Botas Sarkany.

Yimi y Moni tuvieron tres hijos: Alexandra, Lautaro y Micaela.

Wanda y Dodi, dos: Luciana y Jazmín.

Al principio los matrimonios intentaron la amistad, pero como una vez terminadas las veladas Wanda decía de Moni “esa negra nueva rica”, mientras Moni decía de Wanda “esa judía frígida”, los esposos se fueron distanciando.

Hoy, Yimi sólo encuentra paz de regreso del trabajo, en los atascamientos del acceso que debe tomar camino a su chalet en Barrio Naón. Hasta que, claro, como ya no puede tener apagado el celular, debe responder a los gritos de su esposa, a raíz de que hace dos horas tendría que haber pasado a buscar a Mica por sus clases de patín.
Ya no tiene mucho sexo con su esposa. A pesar de sus clases de pilates en Nueva Chigaco, Moni se siente fea.

Dodi y Wanda nunca tuvieron gran sexo, al punto de que sus hijos fueron gestados mediante fertilización asistida, por iniciativa de Gertrudis. De hecho, al toparse con las revistas para adolescentes de su hija mayor, en la casa del barrio privado que les compró Gertrudis, Dodi comienza a sentir menos excitación por lolitas en bikini que por surfers fornidos en bermudas.

Hace poco, Yimi y Dodi se cruzaron por el centro. Uno propuso ir por una cerveza, el otro respondió que tenía que pasar por el supermercado porque esa noche iban a cenar sus suegros. Uno dijo que ahora que lo pensaba, de hecho él tampoco podía, el otro no respondió. Ambos se preguntaron por sus respetivas familias, ninguno respondió nada sorprendente. Luego se despidieron prometiendo llamados y salidas con sus esposas, pero no volvieron a verse por el resto de sus vidas.

De la amistad sólo queda una foto de ellos colgada en un sitio que solían frecuentar: la Pizzería de los Reyes.