Friday, May 27, 2005

Genealogía de un Yimi

Conozco Villa Celina. Son monoblocks menos maltrechos que los de Fuerte Apache o Piedrabuena, pero venidos a menos al fin. Es cerca del Mercado Central más que de Ezeiza. Es decir, diría que el 98% de los habitantes de Villa Celina trabajan en el Mercado Central. Imagino los conflictos entre Yimi y Antonio, su padre verdulero que odia a los bolivianos que quitan el trabajo al hermano de Yimi

“Te creés gran cosa mirándome con condescendencia, burlándote de las remolachas que pagaron tus estudios...”, dice Antonio a su hijo menor, Yimi.

Antonio es evangelista y votó a Menem en el 89, 95 y 03.

La madre de Yimi se llama Claudia y es manzanera. Por las mañanas trabaja de enfermera en el Hospital Posadas, y por las tardes cuida a los nietos que viven con ella, hijos de Alexis, el hermano mayor de Yimi. Alexis tuvo su primer hijo a los dieciséis años con una compañera del culto evangelista seis años mayor que él. Entonces, se instalan en lo de Antonio. Yimi se va a dormir al living, y cede la habitación a su hermano, su esposa y su hija recién nacida. A los nueve meses, tienen la segunda. Y nueve después, otra. Que se enteran que no es del hermano de Yimi (en el hospital, una vecina que va a darse gratis la vacuna para la tercera edad, le comenta a Claudia que vio a su nuera con un mecánico del culto). Cuestión, echan a la cuñada de Yimi del monoblock, cagan a golpes (y expulsan del culto) a su amante, y el hermano de Yimi sigue viviendo con sus tres hijas en casa de sus padres (Alexis trabaja con Antonio en el Mercado Central, aunque su sueño es ser corredor de Turismo Carretera –todo queda en el barrio, y los domingos van al autódromo, lo único que los sigue uniendo a Yimi).

Cuando Alexis tuvo su primer hija, Mónica, la hermana que le sigue, ya se había casado con un policía bonaerense acusado de gatillo fácil, con el que vive en Tablada junto a sus dos hijos. Los domingos siguen tomando parte del culto evangelista. El marido la engaña con putas de sauna de quince pesos a las cuales pide tributo mientras patrulla el conurbano, pero en fin, Jesucristo enseña a perdonar.

Luego sigue Adriana. Toda su vida soñó con ser azafata y trabajar en Ezeiza, pero lo único que encontró fue ser secretaria de un pez gordo del Mercado Central. Hasta que un día, poco antes de que su hermano la hiciese tía, conoce a un hombre que podría ser su padre, que le dice que va a convertirla en modelo. Adriana se pelea con sus padres, y escapa con el señor. Desde entonces, nada se sabe de ella. Algunos, en el barrio, dicen que es parte de una red de tratante de blancas, otros que la mataron para vender sus órganos, otros que fue parte de una red de tratante de blancas y luego la mataron para vender sus órganos.
Hace unos meses un amigo diariero le prestó una porno mexicana a Alexis, y una de las actrices se parecía a Adriana. Alexis puso stop, sacó la cinta de la video y nunca mencionó el asunto a nadie.

Tras repetir tercer año, y terminar quinto con seis previas, Yimi se pone a trabajar con su padre y su hermano en el Mercado Central. No pretende terminar el secundario. Hasta que un día se levanta en 567 (de Liniers) a Monica, no su hermana sino una botas de Barrio Naón (una zona residencial vecina de Villa Celina, del lado de Capital), estudiante de Contabilidad en La Matanza, que le dice que por su bien, tiene que terminar el secundario. Yimi le dice a Antonio que en vez de trabajar quiere estudiar, y en dos años termina el secundario. La botas le dice: “¿ves, bichi? Sos capaz... Yimi lo cree, y se mete en Administración de Empresas en la Universidad de La Matanza. Su novia hija de un industrial que durante la primera de Menem cerró la fábrica y empezó a importar lo que producía, y en la segunda se llenó de créditos que invirtió en porfolios, llevando la fábrica a la ruina, total, los créditos lo habían enriquecido (hoy la fábrica es una de las recuperadas por sus obreros, en la que funciona un comedor infantil y un centro cultural), le consigue una pasantía en una multinacional. Es el final de la fiesta menemista. Yimi es regularizado en la multinacional y comienza a creérse más de lo que es. Se vuelve crónico pero gana dinero. Se cambia a la UADE. Deja a su novia... Ahora sale los sábados a la noche, motivo por el cual dejó el culto los domingos.

Aunque consiguió un crédito hipotecario y compró para la familia un piso en unas Torres de Villa Celina cercanas al acceso de la autopista, en la que la mayoría de sus habitantes son militares retirados, Antonio le dice que es dinero sucio, que Jesús va a castigarlo, que el diablo adopta las formas más seductoras...

Yimi reserva todos los domingo al almuerzo familiar. Previo dirigirse al monoblock, pasa a buscar a su abuela arteriosclerótica. Toda la vida vivió con la familia hasta que empezó a cagarse encima y a encender la llave del gas. Como en el monoblock había chicos chicos (los sobrinos de Yimi), Antonio la puso en un geriátrico del PAMI. El lugar no es muy agradable a la vista, pero pagan sólo cien pesos al mes (y como la anciana cobra ciento cincuenta de pensión, los números cierran).

Un domingo, Yimi cayó con una sorpresa. Una copia pirata en dvd de “La pasión de Cristo” (Mel Gibson, 2004). Luego del postre (que obviamente llevó Yimi) la vio la familia unida en el reproductor que Yimi regaló a sus sobrinos. La copia se veía verdaderamente mal, pero la madre dijo a Yimi: “¿Cuánto la pagaste? ¿Quince pesos...? Claro, es barato... si íbamos todos a verla al cine gastábamos un dineral...”

Yimi para un taxi y se despide de su novia. Ella sube al taxi. Yimi sigue a pie por la avenida de mano única, que en ese preciso instante sufre un nudo de tránsito. Alguien grita su nombre. Unos cartoneros. Viejos amigos del barrio. Le muestran una bolsa con las facturas que, todos los días, las panaderías regalan a los pordioseros antes de cerrar. Uno de los cartoneros invita a Yimi a que se sirva por sí mismo. Acostumbrado, como aprendió en su infancia cuando visitaba a su abuela materna en la provincia de Corrientes, Yimi sabe que, para los más humildes, el rechazar la comida que ofrecen puede resultar una ofensa. Yimi se acerca a la bolsa. Saca una cremona. Entonces, a su lado pasa el taxi con su novia, que observa in fraganti a Yimi comiendo de la basura. Yimi quiso dar una explicación. Pero ella nunca más volvió a responder sus llamados.

Harto de que Yimi acapare siempre la atención, su hermano quiso dar a la familia una verdadera sorpresa. Y sí que lo hizo. Entró a la habitación de sus padres, tomó el dinero que reservaban para festejar la navidad (“tal vez la última de la abuela...”, decía Antonio) y lo jugó a “punto” en el casino de Tigre. Salió “banca”.
Fue una nochebuena más pobre de lo habitual. En vez de pan dulce había galletas de salvado, en vez de sidra había vino en caja, en vez de turrón había Namur; hasta que llegó Yimi vestido de Santa Claus, con regalos y comida para todos.
Esa noche, Antonio se fue a la cama temprano: su hijo que trabajaba religiosamente les había arruinado la navidad, y su hijo con el alma sucia había comprado a la familia ofreciendo sus almas al diablo.

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