Thursday, October 05, 2006

No golpear - Espere

No es necesario un secuestro para padecer el síndrome de Estocolmo. Basta con que prueben el torno en una encía sin anestesiar (como supuesto medidor de cuán grave es el problema), y al tomar una placa rectificar que el nervio toca la abertura: una sesión para el conducto, otra para tomar el molde del perno y una más para colocarlo, otra en que se talla el perno y se coloca una corona provisoria, una más para hacer un seguimiento de la corona provisoria y tallar detalles, y todavía queda una cita para observar que la encía haya cicatrizado, y un par más entre el molde de la corona y su colocación.

Sin contar que así como al cambiar el filtro de aceite a un auto, se descubre que los frenos y amortiguadores necesitan recambio, cuando se verifica una muela aparece una de juicio que se debe extirpar, más un par de caries; lo que se traduce en un período de visitas al odontólogo que dura mucho más que tu relación amorosa más sólida. Y la similitud no es sólo en el compromiso, sino en las cosas que se escuchan, o mejor dicho, en las cosas que se dejan pasar.

Por ejemplo, para ganar tiempo, dada la escasez de turnos en su consultorio particular debido a un inminente viaje a Grecia; aceptar una cita en el hospital público en donde gana el prestigio para su consultorio privado. ¿Plantearle que en ese caso descuente del costo que se le paga particular lo correspondiente a los recursos y al tiempo ya solventados por los contribuyentes? Por qué no. Sólo que sería lo más parecido a recomendarle a tu novia que empiece a deayunar con productos en bajas calorías, y no tener sexo por más de un mes. No porque el placer del torno se equipare al del sexo, sino porque impedirían hacer sobrellevable la situación: no tener sexo con tu propia novia por dos semanas, que te den turno para cuando la corona provisoria se salga y se formen caries en lo poco que quedó de la muela.

De la misma manera, aunque tu novia vaya perdiendo lo que le queda de cintura, optanto por el silencio al menos comprará lencería sensual; aceptando el turno en el hospital público la dentista te dará una orden que al presentar en recepción, luego de diez minutos esperando frente a un cartel que dice "No golpear - Espere", delante de una obesa envejecida prematuramente, a la que no pueden darle la respuesta de una placas que debió hacerse su hijo para entrar al cuerpo de policía, te harán pasar a un gabinete demasiado limpio y equipado para un contexto en el que se es Patrick Bateman con apenas una camisa Kevingston, un pantalón de corderoy Levi`s, un abrigo comprado a 35 pesos en una feria de ropa alemana y un modesto pod de 500mb, que evidentemente tienen los colegas para desviar casos de sus consultorios particulares.

Un juego de niños comparado a la historias que cuentan los dentistas cuando no queda otra opción que escucharlas, con la boca abierta y anestesiada. Toda con un orden lógico y cronológico tan unidimensional que cada encuentro parece un episodio de Montecristo. En el último capítulo, mi dentista estaba indignada a raíz de que su hija menor le anunció que este verano irá de vacaciones con su novio. Sólos... Indignación que devino furia cuando ante la queja de la dentista la familia del novio no puso objeción, y doble furia cuando el esposo y los hijos mayores de la odontóloga le dijeron que no rompiera las pelotas.

La hija menor, claro, tiene 24 años...

1 Comments:

At 5:14 PM, Anonymous Anonymous said...

Jamás de los jamases vaya a ver a una odontóloga furiosa. Acuérdese que ella tendrá el torno, la jeringa y la ira a su favor y usted... Usted indefenso ahí, en ese incómodo sillón, observando con la boca abierta el estallido de furia.
Algo así como la escena de La Naranja Mecánica en la que someten a Alex al Tratamiento Ludovico.

 

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