Sunday, October 15, 2006

Un mundo un poco menos cínico

Desde su estreno en el último festival de Berlín, no cabía esperar otra cosa que lo peor de Elementarteilchen, filme de Oskar Roehler basado en Las partículas elementales de Houellebecq. Incluso más allá del no demasiado confiable criterio de la opinión pública, en el contexto de un certamen que en sus últimas cuatro ediciones ha sabido galardonar toda mierda multiculturalista (desde un docudrama sobre afganos que escapan a una de mujeres abusadas en los Balcanes, pasando por un teleteatro sobre turcos nacidos en Alemania y una versión sudafricana de la ópera Carmen), a la vez que ignorar cosas mucho más osadas, como Antes del atardecer, En buena compañía, Pequeñas heridas, El sabor de la sandía o una adaptación de Solaris muy mucho más interesante que la del sobrevalorado monje soviético.

No es que el problema radicara en lo aparentemente muy poco cinematográfico del original; para el caso hay textos mucho más "inadaptables" (por pensar en un autor afín a Houellebecq) de Phil Dick, y sin embargo Verhoven y Spielberg concretaron versiones muy interesantes, tomando los pocos elementos narrativos y ampliándolos, dándoles una historia. En todo caso, en relación a Las partículas..., el problema radicaba en encontrar los elementos cinematográficos con los que la novela sin dudas cuenta. Lo que llevó a cabo Roehler, al crear un hilo narrativo desde la relación de dos medios hermanos, huérfanos del Mayo Francés.

¿Pero trasladar la acción de Francia a Alemania y convertir a Michel en Michael? La novela de Houellebecq, un poco como las películas de Gaspar Noé, SON Francia. O cómo reciclar el "discurso" del amor libre y la libre sexualidad en un control policíaco-hedónico que estudian en las universidades financiadas por el mismísimo poder que en la jerga meritócrata "está en todas y en ninguna parte".

¿Cómo mantener el asco que transmite la novela, cuando a Bruno le obligan a tragar mierda en el orfanato o incluso cuando le hacen una paja durante un viaje en tren, sin caer en la pornografía de alto presupuesto? ¿Y el grito de Michel, cuando muere su abuela, evadiendo la teatralidad tan à la Cristina Banegas? ¿Qué de todos esos pequeños detalles e historias, perdidas entre largas meditaciones sobre Huxley?

He ahí la clave: sólo una mención de Huxley, cuando los hermanos se conocen siendo preadolescentes. Nada de declamaciones filosóficas, más bien un hilo narrativo lineal y la vez fragmentado, en el que cabe tanto el flashback como la narración oral. Trabajando a partir de detalles de la novela, muchas veces poniendo en boca de los personajes palabras que pertenecían a la tercera persona. Así, es la misma Anabelle quien narra su primer aborto y la historia de su amante devenido miembro de un clan satánico. Gracias a este cuidado por el detalle, la película es respetuosa pero al mismo tiempo se desprende de la novela, como si se tratara más que de una "adaptación" o "transposición", de una lectura.

Resulta astuto, desde este punto de vista, que la historia termine antes que la novela, traicionando con justicia el innecesario post-scriptum de ciencia ficción senil. Y a diferencia de la novela, ofrecienco un final mucho más abierto y ambiguo y dejando espacio a una felicidad transitoria, pero felicidad al fin. No olvidemos que Las partículas elementales fue publicada mucho antes de que el nihilismo fuera un gesto cool que cabe a cualquier universitario vanidoso o publicista. Sin caer en concesiones dado que permanecen los ensayos très Celine de Bruno, así como su excursión a la colonia nudista donde presencia un curso de danzas africanas, en el que una cuarentona soltera y feminista le hace saber cuánto le gustan los ritmos brasileros.

A lo que Bruno responde que Brasil es un país precario, en donde sus habitantes sólo piensan en fútbol y carreras de autos mientras se transmiten SIDA.

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