Gula
Los coleccionistas son como los héroes de la Resistencia: DEMASIADOS se asignan la característica, pero no son tantos los que realmente estuvieron ahí. Sólo los fraudes se pueden jactar del rol. No hay nada placentero en haber sido torturado por la GESTAPO, ni en haber invertido tiempo y dinero en la acumulación como salvoconducto de una vida miserable.
Para ser coleccionista se necesita, por sobre todas las cosas, un carácter metódico y al mismo tiempo desquiciado. Moranis (llamémosle así) es el mejor caso: durante la bonanza económica del menemismo no compró una propiedad, ni un auto, ni siquiera viajó a Europa, pero probablemente quintuplicó sus discos de vinilo (mientras otros carecimos del talento para focalizar en un objeto en concreto y llevar la obsesión al límite, y en cambio acumulamos historietas, vinilos, ahora DVDs.; de todo y nada).
Ir con Moranis a Parque Rivadavia era tomarte tu tiempo para decidir si después de todo un LP de Fifth Dimension justificaba gastar cinco pesos, mientras él se hacía con Frankie goes to Hollywood, los goles del Mundial 78 relatados por José María Muñoz, un simple de Ray Coniff con el leit motiv de la serie “S.W.A.T.”, Christopher Cross, la octava o novena parte de “Campanas tubulares”, una edición de “Frampton comes alive” en mejor estado que las tres que ya poseía...
Una vez que daba por terminadas sus compras, Moranis encontraba sin mayor esfuerzo el puesto de salchichas y hamburguesas más asqueroso de toda la zona, y hacia allí iba. Alguna vez me había contado que sus problemas con el sobrepeso, empezaron cuando tomó el hábito de ir a un Pumper Nic luego de finalizar sus compras de la semana.
Todavía recuerdo los últimos meses de 2001. MUSIMUNDO liquidando y Moranis bailando en la proa del Titanic. Llegó a viajar a Córdoba para un recital cuando la verdadera excusa era darse una vuelta por las sucursales de la cadena. Un domingo en que había quedado en almorzar con su madre, fue primero a la sucursal de Lugano; y cuando supo que había un disco de Mandes a tres pesos, pongamos, en una sucursal de La Florida, Moranis improvisó que acababan de asaltar a un amigo y que quería acompañarlo a hacer la denuncia, con tal de cancelar su compromiso e ir por más.
Los años que siguieron no fueron nada felices para Moranis. Desde su monobloque en Caballito, de vez en cuando piensa qué sucedería si el Gobierno de la Ciudad decidiera prescindir de sus servicios como burócrata. Tendría que poner sus discos en cajas, y pedir a amigos con espacio que se las tengan en algún desván.
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