El sonido del miedo
Dos ideas se desprenden de la revisión de El sonido del miedo (Blow out, 1981). Una es que, contra lo que se pronostica acerca del exceso de masturbación, DePalma será lo que vulgarmente se denomina un pajero, pero desborda inteligencia. La otra es algunos de los días más oscuros en la vida de sendos protagonistas del film, sucedieron en qué otro lugar que en Argentina...
Caso Nancy Allen. Mientras Verhoven abandonaba la segunda Robocop, y Peter Weller la tercera, Nancy siguió fiel a la saga, y entre mediados y fines del menemismo terminó en el norte del país rodando El secreto de los Andes. Versión coya de los Goonies, que da la sensación de que sus guionistas gastaron por adelantado sus honorarios en marihuana (con tal de soportar la tarea y escribir semejante mierda), que en tiempos de Julio Maharbiz compitió por el Ombú de Oro en el festival de Mar del Plata. Su aporte a la historia del cine tal vez sea el de haber incluido en su elenco un encuentro tan improbable como el del suicidado Gianni Lunadei con el eterno secundario Jerry Stiller (padre de Ben, padre de George Costanza en Seinfeld).
En cuando a John Travolta, su experiencia argentina es aún más oscura, y difícil de rastrear. En una vieja Página/30, a propósito de su resurrección vía Tarantino, se menciona el paso de Tony Manero por Buenos Aires, con la excusa de promocionar, ya entrado en su decadencia, el primer disco de una carrera de cantante que (tal vez por fortuna) no fue. Dicen que al conocer la Casa Rosada, John recordó a Evita Perón y pensó en una novia que también había muerto muy jóven. Y se tomó una foto con Rolo Puente y Jorge Porcel (¿en Fechoría?), publicada en Gente.
En una emisión de su Polémica en el bar, en la que, entre los estrenos cinematográficos de la semana, Luis Pedro Toni comentó el de Básico y letal; el inefable Gerardo Sofovich recordó los días porteños del piloto de aviones y actual promotor de la Cientología. Por contrato, la discográfica garantizaba aparición de Travolta en el programa de mayor audiencia. Que en ese entonces era La peluquería de Don Mateo. Aquel desquiciado programa de sketches, que Paul Auster debió haber tenido muy en cuenta para su Blue in the face, en el que una manicura que se comunicaba a través de chillidos convivía con un teléfono ENTEL de caja naranja junto al sillón de peluquero, desde el que una rubia llamaba a su madre con excusas absurdas de por qué no había llegado a su casa (siempre encontraba un anillo), y con el robot Pirucho (al que le ponían pilas por el culo).
Lo cierto es que, según Gerardo, Travolta las hizo de inquilino de Don Mateo. Bailó y cantó en plyaback y le preguntó en un castellano bastante pobre qué linea de colectivo debía tomar para llegar a algún barrio típico. Gerardo también cuenta que, aprovechando la decadencia del astro, pudo darse el gusto de someterlo a sus bien conocidas humillaciones.
1 Comments:
De todo lo que dijiste me quedo con Blow out, brillantísima película de un brillantísimo director.
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