Hotel Golondrinas
Armando era importante para La Pavoneadora.
Una segunda (y probablemente última) oportunidad en el amor, luego de tener iglesia y vestido y enterarse que en un viaje de negocios a Mar del Plata, su novio conoció a alguien. Nada trascendente, comparado a que ocho meses más tarde, de paso por Falabella para el regalo de bodas de un cliente de la empresa de su padre, La Pavoneadora encontró una lista idéntica, salvo por el nombre de su ex, y el de la chica a la que había conocido en la llamada "ciudad feliz".
Armando también era cliente del padre de La Pavoneadora. Un industrial jodido, que nadie entiende por qué no mandó a que se encargaran del novio infiel. Lo cierto es que mientras La Pavoneadora sobrevivía a un mundo de desamor mediante una fantasía a base de rivotril, ibuprofeno y antistamínicos, Armando de a poco iba dejando de ser un simple cliente de papá industrial.
Era importante para La Pavoneadora. Armando. De no ser que aparte de millonario era mujeriego y promiscuo. Un fin de semana en que ella fue con sus amigas a Entre Ríos, lo cruzaron por azar, junto a dos amigos y a una puta que habían contratado para la ocasión. Sin embargo hubo intentos de un hombre redimiéndose en brazos de una mujer. Prometió cambiar. Hacer terapia. Dejar su vida de juerguista.
Pero La Pavoneadora se cansó de esperar, y conoció a un Yimi de un barrio del sur, contador que tras la muerte de su padre devino en patter familias de su madre y de sus dos hermanos. Ya no le importaba a la Pavonedora cambiar los apartamentos en Puerto Madero por una amueblada, pagada a medias, en la calle Bacacay. Había amor en el Hotel Golondrinas.
Por ser cliente de su padre industrial, Armando y La Pavoneadora seguían en contacto. Alguna vez, cual Luisa Albinoni en programa humorístico escrito por Gerardo Sofovich, La Pavoneadora dijo a sus padres que había ganado en un concurso una excursión por el Delta; cuando en realidad fue a un country, en el que se encontraría Armando. Molesto por el noviazgo, al punto de que en el lounge de un festival de música electrónica, manoseó y apoyó a La Pavoneadora delante de su Yimi, quien esa noche se fue a casa sólo, algunos dicen llorando. Sintiéndose un miserable, incapaz de pagar por sí sólo el turno de una amueblada, frente al mejor cliente de un suegro al que todavía no presentaron por miedo a que lo considere un pobretón, o peor, un arribista, cuando sí ama a La Pavoneadora.
Entretanto, la mejor amiga y compañera de universidad privada de La Pavoneadora, rompía con novio reportero que alguna vez la había llevado a un club de swingers. Llamémosle, Mujerzuela Ele. En algún lugar, una noche, Mujerzuela Ele cruza a Armando. Y todo lo que resultaba forzado para con La Pavoneadora, en su mejor amiga se da de manera espontánea. Mujerzuela Ele lo acepta tal cual es.
Ayer, en una fiesta, coincidieron ambas parejas. Se esperaban tensiones. Pero no. Lo verdaderamente perturbador fue que Yimi, siendo el bueno, resultó no tan poco listo como insípido y aburrido. Lo que se dice una pareja con cara de orto. En cambio el millonario mujeriego y promiscuo, que sería el diablo en persona, todo un concuño de lujo. Su anfitrión, Jack Palance.
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