Wednesday, June 22, 2005

Los grandes relatos no tratan de amor, sino de camaradería

Vainer y Cloos se conocieron en un secundario teóricamente reservado para mentes prodigio. “EL” Colegio, lo llamaban sus alumnos, egresados y docentes.

Veiner era bajo y delgado, y vivía en Recoleta junto a su padre publicista adicto a la cocaína y al sexo con aspirantes a modelo. Su madre era una ex actriz porno que había abandonado a Vainer a los seis años, instalándose en Chile para escribir novelas románticas sobre latifundistas y peones.

Cloos era levemente obeso y ya desde la adolescencia dejaba entrever una calvicie en estado latente. Tenía dientes desproporcionados. Vivía en Flores, junto a su padre electricista y su madre ama de casa.

Ambos eran hijo único.

Vainer envidiaba de Cloos el hecho de que su familia no se hubiera desintegrado. Cloos envidiaba el status de Vainer, el hecho de que a la salida de “EL” Colegio se tomara el subte D para volver a casa, y no un transporte público de la línea 86.

Ambos compartían las drogas. Las que Vainer robaba a su padre, y las que Cloos conseguía entre sus viejos cofrades del barrio. Y los discos, claro. Los CD que Vainer cargaba a la tarjeta de su padre, y los vinilos con los que se hacía Cloos por monedas.

Al egresar de “EL” Colegio, Cloos convenció a Vainer para que pusiera dinero en una revista de rock. Eleonor Rigby, la llamaron. La redacción se encontraba en casa de los padres de Cloos. Llegaron a tirar unos mil ejemplares. No mucho, considerando que eran años prósperos para el país, pero nada mal, considerando que se trataba de una revista de distribución limitada.

Eran felices. Entraban gratis a recitales, entrevistar a celebridades les servía para acceder a sus drogas de diseño, los sellos pequeños les mandaban para reseñar discos que ellos regalaban a pseudo-groupies a cambio de una mamada que les practicaban en aquellas noches en que las drogas y el alcohol les permitía que se les pusiera dura.

Eran felices, insisto. Hasta que un gran diario convocó a Cloos para que se hiciera cargo de su suplemento joven de los viernes. Y así fue. Y aunque en un principio juró que no abandonaría Eleonor Rigby, y que por el contrario, el suplemento joven serviría para promocionarla; la revista fue pasando de mensual a bimensual, trimestral, semestral, anual y parte del pasado.

Seguían viéndose con Vainer, de todas maneras. En sus malos bajones, Vainer lo acusaba de traidor, le reclamaba los mil dólares que había puesto para el primer número de Eleonor Rigby; pero los únicos reclamos a los que ponía atención Cloos eran los de sus superiores en el diario, y los de la pasante de TEA con la que convivía en un apartamento de Corrientes y Lambaré.

Una noche, Vainer y Cloos y su novia pasante de TEA, fueron colocados a la avant-premiere de “La playa” (Danny Boyle, 2000). La pasante se fue por la mitad de la película, a raíz de un bajón que la deprimió de golpe. Hacia el final de la cinta, Vainer tuvo una “iluminación” y al día siguiente partió a Tailandia, en busca de la playa (o mejor dicho, de lo que ésta significase). Una vez en el lobby, Cloos conoció a una psicóloga de doble apellido, jefa de recursos humanos en una empresa de entretenimientos abocada al rock y al pop, y se enamoró de sus botas rojas.

En Tailandia Vainer dejó las drogas a través de la meditación, y tomó contacto con el budismo-zen. Inspirado en “La playa”, hoy financia a cien kilómetros de Buenos Aires una suerte de Utopía en la que fabrica saumerios y predica el amor por el Dalai-Lama.

Luego de dos años como amantes, Cloos dejó a la psicóloga de doble apellido, en parte por las amenazas de suicidio de su novia ex pasante, devenida colaboradora del suplemento joven. Hasta que una revista de la contracultura, devenida franquicia multinacional, lo convocó para hacerse cargo de la dirección; entonces Cloos dejó el apartamento de Lambaré y se instaló en el duplex de Belgrano de la psicóloga de doble apellido. Al principio fueron difíciles las cosas con la ex pasante, pero darle un par de colaboraciones en la revista significó el comienzo de una gran amistad.

Cloos ya no enviada a los que toman el subte D. Por el contrario, hasta se ríe del hecho de que no tengan para taxi. Aunque por insistencia de su novia botas perdió algunos kilos, su calvicie ha empeorado. Pero no importa, lo acaban de nombrar responsable de las ediciones cono sur de la revista, y ahora tiene a una rubia falsa para relucir en las cenas con los directivos.

No tienen buen sexo, pero los peces gordos envidian el encanto de la pareja.

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