Friday, September 16, 2005

La muerte del profesor

Se llamaba Martín. Daba clases en la cátedra de un profesor anticuado, un militante de mayo del 68 resentido con sus compañeros de militancia devenidos empresarios, que no sabe ni inglés ni francés, pero sí italiano (y lee alemán). Al que su afición por la ópera lo lleva, últimamente, en encuentros sociales, a denunciar las miserias de sus amigos, develando historias que suponen un regreso a los grandes relatos (del tipo "Héctor, mientras a tu esposa la consumía un cáncer, vos coqueteabas con las mocosas de tus alumnas", "Oscar, podrías haber sido Nicolás de Cusa, pero no pudiste con tu vanidad y fuiste solamente Oscar", "Humberto, pedías la reforma universitaria cuando te prohibieron dar Carl Schmidt, pero ahora das Lipovetsky en cursos de capacitación que pagan las multinaciones con la miseria del mundo").

Así era Martín. Cuando quería llamar la atención, siempre la fijaban en alguien más. Sobre todo cuando galanteaba con mujeres, ignorando que sólo por su aspecto jocoso de intelectual torpe, estaba condenado a ser el amigo asexual, admirado por una supuesta brillantez (que encubría con comentarios posmodernos, creyendo que así atraería a alguna lector de "Fragmentos de un discurso amoroso", y ligaría).

Un día, en la facultad, una pizarra anunciaba el duelo por la muerte del profesor. No del titular de cátedra, sino de Martín.

Alguien habló de un ataque cardíaco. Alguien dijo que a raíz de su madre posesiva se hizo una noche con todos sus anti-depresivos. Alguien que recibió una bala por accidente mientras jugaba con una pistola en compañía de un primo mucho más irresponsable que él, pero también más exitoso.

Por fin captaba la atención, aunque ya no sirviera de mucho. O sí.

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