Sunday, December 25, 2005

Los mocasines blancos de Peter Sellers

Lo intenté. Quise que por una vez la navidad pareciera un hecho intrascendente más y ya, en vez de esa suerte de masacre en directo con lemmings cometiendo un suicidio en masa. La única estrategia que se me ocurrió fue volver a ver el viernes por la noche "¡Qué bello es vivir!". Hace algunos años, cuando se es lo suficientemente ingenuo para creer en algo así como un pensamiento "crítico", el descubrimiento de la screwball comedy ponía a la obra maestra de Capra en algún punto entre la ingenuidad que no merece otra cosa que nuestra lástima y la demagogia sentimental. Pero qué bien se conserva. Nunca resultó más melancólica una nevada.

Pero no funcionó. Creo. El sábado pensaba ir a una fiesta, cuando yendo a por mi billetera encuentro la tele (por alguna razón) encendida. Comenzaba "La fiesta inolvidable". O casi. Estaba en uno de los primeros tragos del mozo que termina ebrio. Claudine Longet sonreía. Algo difícil en la vida real, considerando que el 21 de marzo de 1976 asesinó a un amante esquiador olímpico en Aspen y fue enviada a prisión. Los Rolling Stones dedicaron al hecho una canción que nunca publicaron. Chica rara. Esposa de Andy Williams (sí, el mismo Andy Williams al que en Branson, Missouri, van a ver Bart, Millhouse, Nelson y Martin en el episodio en que alquilan un auto con una licencia falsa). Fue la única película importante que hizo. Tampoco tuvo suerte como cantante, pero a quién le importa, por la red es fácil conseguir sus discos y qué bien se conservan sus covers de "Let it be me" o "Both sides now".

Para cuando la codorniz salta en la tiara de la rubia falsa, y el mozo ebrio trata de sacarla a urtadillas y saca también su peluca, mientras Peter Sellers sentado en un banco muy bajo hace un moviento que arruina un pastel; era obvio que ya no contarían conmigo en la fiesta. Los escenarios desquiciadamente sixties desprendían algún tipo de mensaje subliminal o conjuro. Y cómo resistirse a la no menos desquiciadamente lounge partitura de Henri Mancini, o a los mocasines blancos de Peter Sellers. Y todavía faltaba el rollo de papel higiénico que no para de correr, la tapa del hinodor que primero rompe el piso y luego cae sobre el tambor de una batería, el elefante y la irrupción de los pseudo-beatnicks y la fiesta de la espuma a años luz de la fiesta menemista.

Película rara con final aún más raro (SPOILERS!!!). Peter Sellers no besa a la chica. No hay maldita redención à la Chaplin con el vagabundo perdiéndose en el horizonte con Paulette Godard. No. Peter Sellers la deja en su casa y le regala el sombrero que a su vez le había regalado un cowboy en la fiesta. Quedan en que va a pasar a buscarlo, pero quién sabe. Por suerte, si a alguien se le ocurrió una secuela, nunca prosperó. Y que San Nicolás, el niños Jesús y el fantasma de la Navidad nos guarde de una remake (¡bah!, no podría estar tan mal Steven Carrell repitiendo el papel de Peter Sellers).

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