Un artículo que escribí como favor a un amigo (que no sé si es tan amigo) y que nunca publicó
De Vladimir Nabokov a Stephen King, pasando por William Thackeray, Arthur Schnitzer, Anthony Burgess y Arthur C. Clark, entre otros, Stanley Kubrick (1928-1999) desarrolló una filmografía en el que el denominador común, además de las bandas sonoras compuestas por músicas preexistentes, parecería radicar en el afán por trabajar en torno a una relación tan tensa como la del cine y la literatura.
Si fue duro para los autores que entonces contaban con vida contemplar la perpetración con que el buen Stan se apropiaba de sus buenas ideas para convertirlas en “sus” buenas ideas, peor aún fue para los guionistas que las hicieron de cómplices en los diversos actos de profanación. Los nombres: Jim “Big” Thompson, Terry Southern, los mencionados Clark y Nabokov, así como Michael Herr y Frederick Raphael, autores a quienes se deben sus respectivas semblanzas Kubrick y Aquí Kubrick.
Originalmente titulada Eyes wide open, en Aquí Kubrick (editada en castellano por Mondadori) Frederick Raphael relata su experiencia como guionista de Ojos bien cerrados, adaptación de Traumnovelle, de Schnitzer, obra que según cuenta fue retirada del mercado al ser comprados todos sus ejemplares por Kubrick, con el fin de realizar algún día una película porno de alto presupuesto.
Así, la competencia de egos entre el genio autodidacta obsesionado por la totalidad del control creativo, y el genio académicamente reconocido y abocado al arte mercenario, subyace en diálogos del tipo “Fred, ¿por casualidad alguna vez hojeaste La guerra de las Galias?”, “¿estás bromeando Stan?, lo leí a los siete años, en latín...”.
Claro que la competencia se va volviendo incómoda a medida que Raphael va reconstruyendo diversas anécdotas en torno a Kubrick y sus guionistas, como el haber puesto a Jim Thompson sólo como colaborador de diálogos adicionales en La patrulla infernal, el incentivar a Terry Southern (guionista de Dr Insólito) a escribir una novela porno que supuestamente filmaría (cosa que nunca sucedió, una vez publicada) o el despedir a Brian Aldwiss mientras elaboraba a partir de un cuento de su propia autoría el que sería el guión de Inteligencia artificial (a propósito de ello, en un artículo el propio Aldwiss se explaya sobre la cuestión: el guión no progresaba, Stan propone que se tomen un tiempo, Aldwiss acepta y se va de vacaciones de donde envía una postal a su jefe. De regreso, Stan le recordó que en el contrato que habían firmado preexistía una cláusula de acuerdo a la cual Aldwiss no podía viajar más allá de una cierta distancia, mientras trabajase para Kubrick, y entonces Stan sonrío, le dijo que había roto su palabra, y prescindió de sus servicios –cuando fue a por Arthur C. Clark para que terminase de escribir Inteligencia artificial, Stan le dijo “Arthur, te doy todo el dinero que quieras para que vuelvas a trabajar conmigo”, a lo que Clark respondió: “Stanley, no existe tal cantidad de dinero en el mundo...”).
Bastante diferente es la visión del genio para Michel Herr en su Kubrick (editado en castellano por Anagrama). Lo que en Raphael es competencia e incluso por momentos descalificación, en Herr (guionista de Nacido para matar) se convierte en una admiración que lejos está de la mera obsecuencia. Junto a Nabokov, quien a pesar de sus diatribas contra el medio cinematográfico, sostenía que Stanley Kubrick era un genio, y que había hecho un gran trabajo con Lolita¸ tal vez sea Herr el único escritor de Kubrick que elige mirar atrás sin ira.
Todo lo contrario a Anthony Burguess, quien en una versión musical de su novela La naranja mecánica¸ agregó un sketche final en el que aparece en escena un hombre muy parecido a Stanley Kubrick, que empieza a dar órdenes hasta que recibe una justa reprimenda de manos de Alex y sus drugos.
Desde esta punto de vista, tal vez después de todo, el vengador de los escritores de Kubrick haya sido no un colega, sino el inefable Marlon Brando (que sin ser un autor profesional, cuenta en su haber con uno de los libros de memorias más conmovedor del siglo pasado): mientras posponían una y otra vez el rodaje de One-eyed Jack, Brando cita a su equipo, Kubrick incluido, y les dice cronómetro en mano que cada uno cuenta con dos minutos para explayarse en torno a lo que creen que son los problemas del proyecto. Kubrick responde: “Marlon, vete a tomar por el culo...”.
Y así fue. Sólo que cuando Stan quiso pedir disculpas, estaba despedido.
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