Monday, May 30, 2005

Un trabajo práctico que me reprobó Jorge Warley

Al igual que los locales de videojuegos en los ochenta, durante la década siguiente la proliferación de escuelas de periodismo contó con un auge de tal velocidad que convierte a un eyaculador precoz en el más duradero de los amantes.

Desde este punto de vista, varios de aquellos que se criaron ante una pantalla con la máxima “game over”, seguida por el slogan reaganiano “champions don`t use drugs”, se convertirían algunos años más tarde en quienes colaboraron en el aumento de cierta demanda que supuestamente justificó el crecimiento en cantidad de instituciones dedicadas a la comunicación y al periodismo.

¿Lo cual quiere decir que el oficio adoptó una dinámica innovadora, semejante a la de pioneros de la talla de Hearst o Pulitzer?

No necesariamente, considerando que los líderes de opinión continuaron siendo los mismos de siempre, y en el caso de las figuras emergentes se trataron de ejemplos más o menos asociados al mismo modelo.

En todo caso, tal vez el cambio más significativo tal vez se haya dado en la afirmación de una supuesta bipolaridad: la del viejo periodismo llamado “amarrillista”, que busca el golpe de efecto, como antítesis del periodismo llamado “de investigación”.

En este sentido, no es casual que al día de la fecha Mauro Viale, antiguo cronista de deportes y suma cum ladem del sensacionalismo, se defienda ante las acusaciones con la máxima “lo mío es periodismo de investigación”.

Curioso el hecho de que alguien que es considerado por la opinión media como un mero gacetillero, pueda contar con la suficiente agudeza e ironía que resume el comentario. O en todo caso, tal vez la cuestión se reduzca al hecho de que el cinismo de Viale de alguna forma requiere de una perspicacia bastante más vivaz que el mero afán por la denuncia y la indignación moral de los sectores progresistas que constituyen el principal público del periodismo “de investigación”.

Lo dice Alfredo Grieco y Bavio, cuando señala que, mal que nos pese, “la crítica social más divertida está firmada por la derecha”. Es decir, mientras la izquierda y sus variaciones progresistas están siempre pletóricas de buenas intenciones y buenas ideas, el origen de la sátira no es la reflexión sino el prejuicio.

De ahí que cuando pretende ser irónico, el periodismo “de investigación” queda en el tibio sarcasmo, semejante a un ataque situacionista, o a una banalidad non sense, de incorrección política moderada. Busca la mordacidad, pero termina rayando en la mera ingratitud. Resulta vulgar, porque en ningún momento se plantea una guerra contra el cliché, sino que, por el contrario, basa tanto sus acusaciones como sus “mordacidades” en un modelo que podría resumirse en la definición del becario que daba John Maynard Keynes, cuando señalaba que su objetivo era “intuir lo que el pensamiento medio intuye que el pensamiento medio intuirá”.

De pronto, todo se reduce a contemplar a la señora Tatcher como la encarnación del mal, sin siquiera preguntarse (porque lo ignoran, dado que sus lecturas son menos cosmopolitas que ingenuamente pro-latinoamericanistas) por qué intelectuales como Kingsley Amis o Philiph Larkin brindaron su apoyo al régimen (cuando no hay rastros de la organicidad que se convierte en un acto de exhibicionismo en figuras más contemporáneas como la de Anthony Giddens).

En su afán de objetividad, el periodismo “de investigación” converge inexorablemente en el lugar común: Brasil será por siempre un lugar de samba, alegría y lamentable diferencia social, y no la pocilga del infierno que describe Michel Houellebeq, cuando se refiere a las altas temperaturas que no dejan lugar a la reflexión, a lo vacuo de la jovialidad o a las miserables favelas que no constituyen más que un nido de ratas (lo mismo en cuanto a Cuba: mientras el periodismo “de investigación” se limita al comentario de sobremesa, de acuerdo al cual no es que justifiquen la dictadura, “pero en salud y educación son un ejemplo”; para Houellebeq, en su novela Plataforma, el último reducto del socialismo no es más que otro caso donde se ilustra la naturalidad con que el llamado primer mundo literalmente “se coge” al tercero).

De todas formas, si de incoherencias se trata, la más ilustrativa tiene que ver con el desprecio que predica el periodismo “de investigación” a partir de la construcción que hace de la cultura estadounidense. A grandes rasgos, la operación consiste en ocultar todo concepto relativo a la ambigüedad o a la tensión, en pos de un mensaje complaciente donde la culpa es del imperialismo y todos los problemas convergen en una versión for dummies de la diferencia de clases.

Sin mencionar que en su crítica a dicha hipotética cultura “basura” olvidan que toda situación de dominación implica una situación de “resistencia”, motivo por el cual la crítica a la basura sería parte de “la” basura que pretende denunciar.

Sin embargo, siempre queda para el periodismo “de investigación” el argumento a favor de la “honestidad”, como si se tratase de un conocimiento supremo sobre el que todos los seres humanos tienen común acuerdo. A lo que cabría preguntar qué es más honesto: ¿sostener, como Hearst, que la noticia es aquello que se utiliza para llenar las secciones que no fueron cubiertas por la publicidad, o adaptarse a las variaciones entre sí incoherentes del pensamiento medio, de acuerdo al dictado del momento?

Al menos un periódico como Crítica, basado en el comentario faccioso y en el golpe de efecto, dio lugar al primer Borges, sin mencionar que entre crímenes pasionales y comentarios deportivos supo publicar textos de Kipling o Schwob. Autores cuya existencia probablemente desconoce la pequeña burguesía afín al periodismo de “investigación”, que año tras año acude a la Feria del Libro para que el gran demiurgo Ernesto Sábato les firme un ejemplar del Nunca más.

“Izquierda exquisita” y “marixismo rococó” para Tom Wolfe, “bohemios burgueses” para David Brooks, “comunismo caviar” para Frederick Biegveder, parafraseando a Christopher Hitchens en su crítica a Fahrenheit 9-11 , el reduccionismo implícito al periodismo “de investigación” radica básicamente en el hecho de que no da lugar a una visión de los hechos alternativa a la que enuncia. En este sentido, su falsa transparencia resulta una trampa, su objetividad un rejunte de tópicas y su defensa de la honestidad un semi-argumento multiuso que resume la ignorancia de un iletrado.

Entonces, el periodismo “de investigación” se convierte de pronto en un discurso de contenido anti-totalitario, con una estética totalitaria. Paradoja ajena al pensamiento amanerado de los jóvenes que, con la vanidad de un egresado del Nacional Buenos Aires, la candidez de una quinceañera vejada y el asco de una ingenuidad que sólo merece nuestra lástima, mientras escriben sus ejercicios basados en indignaciones tan legítimas como vacuas, y llevan a cabo en un mercado saturado una pasantía en alguna radio comunitaria o en un periódico barrial, sueñan en trabajar algún día junto a alguno de sus “héroes”, y convertirse de esta manera en periodistas “de investigación”.

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