Wednesday, June 08, 2005

Un cierto aroma a mierda

Yimi tiene una sobrina de nueve años que padece síndrome de down. Se llama Candelaria. Los sábados en que la novia de Yimi tiene algún cumpleaños o sale a bailar con sus amigas, Candelaria se queda a dormir en el piso de soltero de su tío.

Un domingo al mediodía, Yimi organiza un pequeño almuerzo para su novia, su sobrina y su amigo Dodi Palermo. Están todos ahí. Salvo Moni. Yimi debe pasar a buscarla. Entonces deja a su sobrina a cargo de Dodi. La única sugerencia que le da es que si percibe olor a mierda es porque Candelaria se cagó...

... y sería magnífico que pudiera cambiarle el pañal.

Al poco de ir por Moni, mientras juegan al Playstation, Dodi percibe ese cierto olor a mierda. Candelaria se supone que está jugando a algo consigo mismo.

El aroma se hace más y más putracto.

Dodi lleva a Candelaria al baño, al mismo tiempo que llena la bañera, baja los pantalones de Candelaria y se ve sorprendido por una erección...

Durante la semana, Cande asiste a su Escuela Diferencial como en cualquier otro día. Aunque ese día, precisamente, es muy especial porque tiene su taller favorito, capoeira. Lo dicta un pro-brasileño indolente llamado Celso Antonioni.

Celso lleva un par de semanas en la escuela. Pero se siente a gusto. En parte porque tiene mucha fe en el coqueteo con una de las secretarias administrativas.

De hecho fue mientras galanteaba con ésta, de paso por el patio en el que los niños practicaban la danza, que Celso experimentó por primera y última vez el gusto a mierda que provenía de Candelaria.

Algunos compañeros de reían de ella, por lo cual lloraba

Celso Antonioni decidió llevarla a la cocina. No tenía pañales, pero tal vez si limpiaba la mierda con un trapo húmero, el olor aplacaría.

Bajaba los pantalones de Candelaria cuando una auxiliar ingresó a la cocina y no pudo más que dar un grito ante la estampa.

Los profesionales del Gabinete no tardaron en llegar. Diagnosticaron que Candelaria tenía el orificio anal dilatado. Y claro, los indicios apuntaban al único sospechoso, que no era precisamente Dodi Palermo.

Al llegar a prisión, los reclusos arrancaron los dientes de Celso Antonini para que pudiera “chuparla sin morderla”. Su madre tuvo que cerrar la Tienda de Sombreros con la que había pagado sus estudios de capoeira, a raíz del asedio de la prensa progresista y de los ciudadanos indignados que hicieron destrozos.

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