El Astillero
Ayer, almorzando con mi amigo (llamémosle) "el testigo de encubierto", me comentaba que hablando con una compañera de curso, a él se le ocurrió mencionar el bar El Astillero. Olvidando que para cuando su interlocutora ingresó a nuestra horrible facultad, El Astillero ya se había convertido en un edficio de departamentos "a estrenar" con piscina. En donde vive, entre otros, (llamémosle) "la psicópata". Compañera del Ciclo Básico Común para la que resultó más fácil (infinitamente más fácil) encontrar marido que terminar la Carrera de Comunicación.
Debe ser particularmente perturbador, o más bien perturbadoramente particular, vivir en donde alguna vez sucedieron tantas historias. Digámoslo así, El Astillero era una reversión de La vecindad del Chavo escrita por un cool descerebrado.
Cruzando en marzo pasado a mi amiga la cortometrajista a la que las autoridades y productores le miran las tetas (a quien conocí, precisamente, en El Astillero), coincidimos en que, algún día, alguien tendría que escribir sobre los personajes que por ahí estuvieron. Una muestra aleatoria:
HERZOG Y FENA: Herzog era alto, rubio y un poco calvo, tenía mirada psicópata y estudiaba teatro. Fena más bien bajo y morocho, el perfecto prototipo del ex presidiario, de no ser que sin ser un sujeto especialmente entendido, siempre se lo veía con discos, libros y películas de autores menos oscuros que intrascendentes. Solían andar juntos. No por homoerotismo, sino pura camaradería. Aunque la última vez que crucé a Herzog (¿o fue a Fena?), supe que habían tomado distancia. Fena tenía una novia militante a medias, baja, esquelética y si la memoria no me falla hasta cierto punto sucia. Herzog aprovechaba lo bien que solía caer entre extraños. Una noche, en el festival de Mar del Plata, no tenía dónde dormir, pero a las pocas horas conoció a dos adolescentes arias que le cedieron el sofá del departamento géométrico de Estado de Binestar en el que se habían instalado.
COYUNTURA: suerte de marxista parco que en paralelo a Comunicación estudiaba Historia. Era de los que se tomaban demasiado en serio las cosas. Lo suficientemente en serio como para aburrir. Al conocer a la cortometrajista de senos grandes, por cómo la miraba Coyuntura luego le pregunté si tenía algún sentimiento particular para con ella. Y sí. Nunca hizo nada al respecto, como era de preveer.
EGOIAN: en otros tiempos, némesis por elección. Poeta. Insoportable. Demasiado insoportable. De los que alguien cruza de casualidad y acto seguido una oda a sí mismo contando sobre los papers que escribía y las becas que acababa de recibir y sus reuniones con Diana Bellesi y Artura Carrera y gente que no puede importar a nadie. Medía poco más de metro y medio y llevaba un bigote al que cabría la norma rebuscado/afectado. Escuchaba música dodecafónica (Adorno en especial), aunque se permitía ejercicios pop, y una vez sugirió grabar un Black Riders en el que yo ocupara ellugar de Burroughs. Se le conocieron dos novias. Una de la carrera, muy alta, militante de algún pueblo del interior que (sic) lo "dejó cruelmente". Luego, en un taller de poesía, conoció a una periodista del Herald. Très chic aunque, una noche que nos juntamos a ver películas en casa de Pablo Sebrelli, ni a Egoian ni a su novia les gustó The last picture show, y menos In the company of men. Entre una novia y otra, parece que Egoian intentó acercamiento a celebridad de segunda línea (más que nada por su noviazgo con conocido un músico de rock), que lo rechazó por un no menos conocido escritor y periodista. Para luego contraer matrimonio con un aún no menos conocido filósofo postestructuralista y candidato a vicepresidente de Lituania o Eslovaquia o algún país que ya no existe (¿o era una ex República Soviética?).
CECI: alguna vez faltó a un cumpleaños que, casualidad permanente, celebramos en El Astillero. El motivo: frustración de su (sic) "único proyecto del semestre". Gastarse sus escasos ahorros trabajando en el servicio de atención al cliente de una importante tarjeta de crédito, para viajar a Brasil y ver en vivo Belle&Sebastian. Finales de la convertibilidad. Ese tipo de desmesuras eran posibles. Y aunque al principio no pudo conseguir tickets porque la página de internet a través de la cual adquirirlos no contemplaba entre sus opciones lugares por fuera de Brasil, finalmente pudo estar ahí. La vi por última vez en una fiesta de año nuevo que celebró en casa de su padre. Una suerte de cuarentón podrido à la Gerardo Romano. Luego supe que estaba en pareja con un cool del conurbano. Que para evitar los traslados diarios a Hurlinghan, se instaló en casa del papá de Ceci. Pero al poco tiempo se mudaron. Creo que siguen juntos y enamorados.
V.B.: nos conocíamos del CBC, pero estrechamos amistad en El Astillero, donde el sujeto en cuestión pasaba casi todos sus días. Tipo raro. Estudiaba Políticas. No es que fuera crónico, sino que ponía en práctica un sistema no demasiado efectivo de cursar pocas materias para recibirse con honores y entrar al cuerpo diplomático o dedicarse a la Academia, algo así. Una vez apareció con un proyecto que él mismo financiaría: una revista-libro con consejo académico, algo así como una versión pobre de la New Left Review. Me convocó. Y supongo que no fue buena idea. Intenté convencerlo, pero insistió, y así salieron las cosas. Ahí publiqué entrevista a Eduardo Gruner que hoy me daría verguenza releer. De todas maneras, las tensiones no sucedieron con él, sino con el séquito de lambiscones meritócratas pro-academiscistas. Las aspiraciones de V.B. en este ámbito eran tan dudosas que un día dejó la carrera para dedicarse a barman. Y de paso dejar a una novia bastante menor que lloró en El Astillero cuando alguien le leyó las manos y le dijo que no se iba a casar con él. Quien poco antes de dejarla, acudió a los servicios orales de un travesti.
(CONTINUARÁ...)
4 Comments:
Egoian no es el protagonista de alguna de tus novelas?
Gran memoria. Aunque permítaseme corregir que no de "una de mis novelas" (como si fuera Aira o Cucurto y siguiera esa estúpida teoría de "publicar, luego escribir") sino la única termina y que felizmente descansa en un cajón.
Uy, y también había un clon de Daniel Hadad, pero no recuerdo su nombre. Y una camarera escuálida a la que sólo se la podía ver contenta cuando su novio yimi la pasaba a buscar con su moto usada. En la revista había un peronista indolente bastante pesado, que se te sentaba en tu mesa y, jocoso, no paraba de guiñar un ojo. Era igual de denso que el amigo de una chica pálida al que ridiculizaste en tu novela descibiéndolo como un fotógrafo documentalista cool fascinado con la miseria callejera. En fin, más que a la vecindad del chavo, el Astillero se asemejaba a un programa de Pachu Peña levantado por bajo rating.
"Cynicism masquerades as wisdom, but it is the farthest thing from it. Because cynics don't learn anything. Because cynicism is a self-imposed blindness, a rejection of the world because we are afraid it will hurt us or disappoint us". S.C.
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