Thursday, April 13, 2006

Autobiografía

Hará cosa de un par de meses, un director de cine me explicaba que hay películas que tal vez no sean obras maestras, pero que para él son películas muy importantes, en tanto que fueron muy importantes en su vida. Hay un libro de Fuguet al respecto, que no está mal. Tal vez después de todo no seamos la suma de todas nuestras decisiones, sino la suma de todas las películas imperfectas, que amamos por otras razones.

Tal vez, ni siquiera haya una sola lista. Pero en fin...

20) “Scarface” (Brian de Palma, 1983): hubo un tiempo en que las reproductoras de video pesaban más que una adolescente anoréxica y costaban lo que hoy un plasma o una imac. Si no tenías edad suficiente para pasar las restricciones en las salas, y tampoco video reproductor, sumabas un deseo para “cuando seas grande”. O rezabas para que algún día la dieran en la tele, con todo lo que eso implica. Vi la remake de “Scarface” por Canal 11, cuando lo administraba el Estado y la televisión por cable era un paquete de diez canales que sólo podía adquirirse en zona norte. Vi la remake de “Scarface” doblada, en dos emisiones (lunes y jueves) con cortes publicitarios y escenas mutiladas. Ni pensemos en el encuadre original, nadie sabía entonces que existía algo semejante. ¿Qué sería un clásico, en este contexto? Supongo que un texto que sobrevive a las malas traducciones. “El corazón de las tinieblas” en la edición del diario Crónica, pero Conrad al fin. Pacino hablando un castellano neutro, demasiado escuchado en telenovelas. MI NOMBRE ES TONY MONTANA.

19) “¿Quién engañó a Roger Rabbit?” (Robert Zemeckies, 1988): la primera vez que recuerdo haber ido a peatonal Lavalle fue con mis padres, como compensación a mis reclamos por ver algo llamado “Arnold se encuentra con el Superagente 86”. En la que, decepción, aunque trabajaban Don Adams y Gary Coleman, no se trataba de un improbable encuentro entre Arnold Jackson (de “Blanco y negro”) y Maxwell Smart (de “El superagente 86”), sino el oportunismo de un distribuidor. Sólo equiparable al de aquellos episodios del señor Drumond en que recordaban los mejores momentos del año. Mucho más feliz fue la que recuerdo como mi segunda excursión a Lavalle. Aunque probablemente haya habido alguna anterior. Mi hermano quería ver “Cortocircuito 2”, yo “¿Quién engañó a Roger Rabbit?”. Mis padres tuvieron la palabra final. Y entramos al cine Concorde, hoy creo que una parrilla. Ahora sí, los encuentros improbables se volvían realidad. El pájaro loco con el pato Lucas y Betty Boop con Droopy y Sam Bigote. En una película con comedia, misterios, un detective, una historia de amor, monstruos, jazz, tal vez el cine era ni más ni menos que eso, puro artificio…

18) “Trading places” (John Landis, 1983): nos, universitarios jactanciosos a los que no nos sobra el dinero, pero a los que tampoco nos falta para gastos improductivos; solemos hablar con frecuencia de “niveles de lectura”. Y en este sentido, tal vez, todo empezó con películas como ésta... comedia pura a tus diez años, alquilada como descarte cuando los que reservaban o iban más temprano se llevaban lo bueno; al poco tiempo, sintonizándola en un canal de aire, comedia más bien sofisticada a pesar de Jaime Lee Curtis pavoneando una vez más sus tan maravillosas tetas; luego cuando la soltería te hizo sarcástico empezás a captar un cierto humor muy sutil, en algún punto nostálgico; y a tiempo real es comedia y ya. A cagar con el BAFICI si repiten este cuento moral lleno de verdades muy tristes, en el que los hermanos Duke apuestan una cifra inicua para arruinar la vida de una persona (que por otro lado tal vez lo merece).

17) “Duel” (Steven Spielberg, 1971): una de esas que repetían y repetían y repetían y repetían, en muchas ocasiones mutilada para llenar espacios televisivos. E incluso cinematográficos, al punto que recuerdo haberla visto por cuarta o quinta vez en el cine Martín Fierro de Ciudadela (hoy un Bingo), en doble programa con “Volver al futuro II”. Entonces no era “la ópera prima de Spielberg”, sino “la del camión asesino”. Tampoco tenía la menor relevancia que el guión fuera de Richard Matheson. Hace poco, al comentar a un amigo que la había visto editada en DVD, me incitó a comprarla. Ofreció incluso darme el dinero en caso de ser necesario. No hizo falta. La compré. Se la grabé. Ninguno de los dos todavía se atrevió a verla de nuevo. Demasiados buenos recuerdos. Y quién sabe, tal vez la chica tan brillante y graciosa no soportó el paso del tiempo. O tal vez sí, asumiendo que lo que cambió en realidad fuimos nosotros mismos.

16) “Mona Lisa” (Neil Jordan, 1986): recuerdo una primera vez en que mis padres la alquilaron apenas salida en video. Creo que no la entendí, o me aburrió, estaba Michael Caine haciendo de Michael Caine y había un chofer ex presidiario y una prostituta de alto nivel que lo contrata para encontrar a una chica desaparecida. O tal vez sí la entendí porque a diferencia de mis padres pensé que era una película demasiado traumática para alguien de diez años. Volví a verla entrados los noventa, luego de la resurrección de Jordan con “The crying game”. En ese entonces no existía el BAFICI ni el concepto de cine “independiente”, y las grandes loterías que eran los videoclub de barrio acababan de ser reemplazadas por quinielas aún más caóticas como el cable y una cadena chilena llamada Errol`s, con el tiempo adquirida por Blockbuster. Fue en el Errol`s de Ramos Mejía, hoy un ex Todox2pesos, donde volví a toparme con “Mona Lisa”. Y sorpresa, era un precedente infinitamente más triste y sutil que “The crying game”. El espectador seguía el mismo camino que el protagonista. Se enamoraba a sabiendas de que todo iba a terminar mal. Muy mal. Y no porque hubiera muertos ni sangre ni grandes verdades que se descubren. Como dentro de unos pocos años, en nuestras propias existencias.

15) “Goodfellas” (Martin Scorsesse, 1990): una vez me metí en una pelea. Dentro de mi secundaria. Quince amonestaciones para mí, cinco puntos en el párpado para mi contrincante. Si no me expulsaron, fue porque perderían al único alumno que había aprendido a leer de corrido. La culpa la tenía Joe Pesci. Luego de verla por primera vez en video, cuando estaba en séptimo grado, volví a ella una y otra y otra y otra vez a través de HBO. “Goodfellas” es, fue y será Tomy DeVito, el personaje de Joe que se carga a un gangster cuando lo mandan a lustrar sus zapatos. Todavía, en alguna fiesta, alguien recuerda su magistral “do you think I`m funny? Funny as what…? As a clown…?” Pero al mismo tiempo, “Goodfellas” es más, mucho más, más y más. Es el uso más desquiciado que se recuerde de una banda sonora, que va de Mina a Phil Spector y de Tony Bennet a Syd Vicious y a ¡¡¡Eric Clapton!!! Es Ray Liotta con delirios de persecución que no son tan desquiciados y su esposa tirando por el inodoro kilos de oro blanco, y los gangster nuevos ricos a los que deben eliminar por la ostentación que hacen luego de un robo y “Jimmy” DeNiro mandando a liquidar segundas líneas que le reclaman deudas, y esa escena en la cárcel con Paul Sorvino cortando la cebolla con una hoja de afeitar. Y ese final, con Ray Liotta mirando a cámara y asumiéndose como un perdedor.

14) “Carne” (Armando Bó, 1968): recuerdo particularmente dos casos de sintonizar por la noche una película que no habías visto ni esperabas, y que al día siguiente todo tu curso estuviera hablando al respecto. Ambas a la medianoche, por Space. Una fue “Las edades de Lulú”, de Bigas Luna. La otra, “Carne”, con Isabel Sarli. La primera era una mención y un largo silencio. La segunda, horas y horas citando partes y diálogos enteros. En la primera escena un sujeto intenta violar a Isabel Sarli en un descampado, pero alguien la rescata… acto seguido, ella dice: “Gracias, gracias… pero yo a usted lo conozco… es Humberto, trabaja en el frigorífico… Gracias, gracias, no sé cómo agradecerle…”. Y él (Romualdo Quiroga): “Yo sí sé… con dinero del fresco… y ahora mismo…”. “Es que… no tengo…”. “Pero tenés CARNE… y de la buena…”. Y es vejada desde una panorámica mientras suena una versión de “La cumparsita” por Juan D`arienzo. Hay algo de desquiciado en este film: su banda sonora a base de tangos con compás demasiado marcado y telerim o como se escriba. Sus cambios caprichosos de color a blanco y negro, la inverosimilitud general de sus actores y escenas. No sólo no es una obra maestra, sino que tal vez ni siquiera sea una buena película. Pero tampoco es el bodrio sin salvación que observan algunos, ni el reducido objeto pop que celebran los afectados. Es un misterio. Creo que debo haberla visto unas dieciséis veces. No por su carga erótica, a estas alturas ingenua. Tampoco como objeto de risa involuntaria, con su larga secuencia en que el violador y sus amigos (Juan Carlos “Minguito” Altavista, entre otros) secuestran a Isabel Sarli, la encierran en un camión frigorífico y pasan uno a uno. Recuerdo un domingo al mediodía, con mi amigo Moranis, en el MALBA, y unos seis espectadores, ante una copia reluciente en 35mm. También recuerdo haberla citado mucho entre mis compañeros de viaje a Europa. Al punto que a nuestro regreso, un día que almorzamos en casa, alguien preguntó si tenía una copia y pidió especialmente que la pusiera. Y la vimos. CARNE SOBRE CARNE.

13) “True lies” (James Cameron, 1994): Cameron está loco. Si quedan dudas ver la segunda temporada de “Entourage”, con Jim interpretándose a sí mismo y haciendo una fila como cualquier otro ser humano en una función del festival de Sundance, para ver al actor que quiere que sea Aquaman en una película indie cuyo director mezcla de Kubrick y Unabomber le negó una copia. Una mujer obesa se acerca, le pregunta si con “Titanic” quiso predecir el hundimiento de las punto com. A lo que responde: “Nah, quería hacer llorar a las chicas… ¿me convida uno de sus caramelos?”. Cameron está loco. Cada uno de sus encuadres es una fiesta, y cuando cada una de sus películas parece terminar, sigue y sigue y sigue. Es el John Ford de “Más corazón que odio” encerrado en una juguetería durante una navidad en la que se cumple un nuevo aniversario de la muerte de tus padres. El colmo de aquello que Truffaut definía como “filmar las películas que me hubieran gustado ver de joven”. La elección de “True lies” es caprichosa. Podría haber sido cualquier de las “Terminator” o “Aliens”, o incluso las que produjo para Kathryn Bigelow. Hay algo de grandioso en todas. Tal vez que esa historia que se cuenta, sólo se podría haber contado a través del cine. Tal vez que el sentido de la existencia del cine, sea el contar esas historias. Cameron está loco.

12) “Heavenly creatures” (Peter Jackson, 1994): no tuve una infancia cinéfila. Tampoco una adolescencia. Más allá de ver en pantalla grande los sucesos que nadie se podía perder, el cine era, más bien, un entretenimiento secreto para inadaptados. Todavía recuerdo haber improvisado un resfrío para eludir un partido de fútbol en pos de “JFK”, de Oliver Stone, en el Monumental, con intervalo. O decidir a último momento no entrar al secundario, diciendo que me iba a casa, y en vez partir hacia la Lugones a por “Ojos negros” de Mikhalkov. Sin embargo, ir al cine sin compañía era un hábito para perdedores, amén de una misión absolutamente deprimente. Pero había excepciones que justificaban la aventura. Como esta historia de amor loco lésbico adolescente con canciones de Mario Lanza y Kate Winslet tuberculosa y cantando ópera. Valía la pena asumir la condición de perdedor incapaz de conseguir a alguien con quien ir al cine, si de vez cuando la experiencia era al menos la mitad de buena. Y así fue. Desde entonces, aunque esté saliendo con alguien, generalmente voy al cine sin acompañante. Y qué.

11) “Il sorprasso” (Dino Risi, 1962): una de esas que se vieron demasiadas veces: alquilada por tus padres como recuerdo de su juventud, sintonizada por casualidad en canal 7, comprada como parte de la colección de la revista Página/30, yendo especialmente a la Lugones para disfrutarla en fílmico. Y que seguirías y seguís viendo, aún cuando leíste a Reisz y Pudovkin y algunos de sus cortes te den vergüenza ajena. Todo parece tan feliz, en un día de verano con tantas chicas en bikini como indicios de prosperidad económica, que algo huele mal. El perfecto descubrimiento de que los buenos no sólo no siempre ganan, sino que generalmente suelen perder. Y Catherine Spaak. Y Edoardo Vianello cantando “Guarda come dondolo” y “Abbronzatissima”. Y Gassman… tan psicótico, molesto e irremplazable como cualquier de tus mejores amigos.

10) “Cul-de-sac” (Roman Polansky, 1966): no podía ser mala una película con Donald “Fuga de Nueva York” Pleasence, Jackie Bisset joven y dirigida por ese tipo medio loco que siempre salía en las revistas de la casa de tu abuela, por haber abusado de una menor. La anunciaban creo que en el canal cinco de Cablevisión. No recuerdo el nombre. Era uno en el que los Monty Python convivían con Edward Wood jr y el cine italiano de denuncia con Peter Jackson en su etapa gore. Y no. No era buena. Sino brillante. Era una puta locura. Empezabas a leer artículos en los que gente no muy lista se llenaba la boca hablando de Beckett, pero mientras leer Beckett te aburría, de pronto encontrabas una película con sus ideas, revisadas y mejoradas. Algo así como Laurel y Hardy luego de pasarse un rato por varias fiestas del swinging London tomando cosas muy raras. Ese castillo. Esa mujer que acusa a su marido de pusilánime y, cuando finalmente toma coraje, lo condena moralmente. Esos tipos malos con los que no se puede no simpatizar. Con el tiempo te enterarías que la protagonista se llamaba Francois Dórleac y que había muerto en un accidente de autos, muy joven y hermosa. Y que esa canción que te gustaba de esa banda que siempre te pareció sobrevalorada en comparación con los Kinks, estaba dedicada a ella.

9) “Beautifull girls” (Ted Demme, 1996): durante uno de esos tiempos muertos del viaje de egresados, en que no hay excursión, si hubo ligue ya desapareció y tus compañeros de cuarto se recuperan de esa última cerveza que no deberían haber bebido; encontré un diario de la semana anterior. Había una cobertura del festival de San Sebastián. En la que mencionaban un premio a esta película. Una vez más, quedó grabada en mi mente, pero no como una de esas que se esperan con ansias. En parte porque tenía todo el aspecto de un directo a video, de esos que no siempre trae el videoclub amigo, al menos hasta que la consigue usada. Creo que la vi por primera vez en HBO. Creo. Sí estoy seguro que la volví a ver muchas veces por HBO. Y que entre los que la habíamos visto nos enterábamos no porque uno le preguntara al otro, sino porque espontáneamente surgía el método de calificación de mujeres a partir de su cara, cuerpo y personalidad, que implementan Matt Dillon y los muchachos. Nadie explicitaba la referencia. Aunque probablemente recordáramos en sincro esa perfecta escena con los amigos improvisando una versión de “Sweet Carolina”, o Natalie Portman jugándolas de lolita que canta una de Lou Reed. Beautifull loosers...

8) “Rushmore” (Wes Anderson, 1999): Pauline Kael habló por todos nosotros, cuando el director Wes Anderon la llevó a un pase privado de su segundo largometraje y dijo: “Wes... no sé qué pensar...”. No es que haya algo de “alocado” en este comedia triste. Más bien hay algo de increíble y de imposible... la amistad entre el nerd con pésimas calificaciones y el padre millonario de unos compañeros a los que detesta y que lo detestan, la puja entre ambos por una maestra jardinera que acaba de enviudar y duerme en una réplica de la habitación de su esposo cuando era adolescente, un Bill Murray más cerca de “Albóndigas” que de “Perdidos en Tokio” lanzándose a la piscina con un cigarrillo entre los labios, el acuario que queda a medio camino y las obras de teatro con una puesta en escena no menos increíble. Tampoco supe qué pensar al salir del cine Normandie (¿o era el Gaumont?). No sé qué pensar ahora mismo, Wes. Y no se me ocurre mayor elogio posible.

7) “Love Streams” (John Cassavetes, 1984: hay cenas de alta categoría que deberían empezar por el postre. No es que la entrada de fiambres ni el pollo a la parmesana estén mal, por el contrario, no podrían estar mejor... sucede que lo verdaderamente imbatible es el strudel caliente con helado y frutos del bosque, adornado con una jaula de caramelo. Lo mismo pasa con la filmografía de John Cassavetes. Antes de que el BAFICI le dedicara una retrospectiva, en algún videoclub que ya no existe tenían escondida una copia de su anteúltimo film, editada por Transmundo Home Video. Gena y John parecen pareja pero en realidad son hermanos. Gena quiere a su hija pero sus desequilibrios le ponen límites judiciales. John no quiere a su hijo pero debe verlo, anda toda la película con smoking en discotecas donde suena una mezcla de música disco y soul empalagoso. El final de una carrera, pero el principio de alguien que la descubre. La pérdida de una mirada si se quiere virgen, aunque a la vez cargada de condicionamientos en forma conciente; pero en fin, como tampoco existen los textos puros tal vez la búsqueda de data sobre una filmografía o un autor se trate nada más que de ampliar su obra cuando vimos todas sus películas. Cómo no pensar en tanto magnun opus cassavetiano a los John y Gena de la vida real, ella gritándole “¡¡¡NO SABES UNA MIERDA SOBRE ESCRIBIR PAPELES FEMENINOS!!!”.

6) “One, Two, Three” (Billy Wilder, 1961): supe que esta película existía cuando, ya entrado en el fetichismo acumulador de datos inútiles, dieron por Films&Arts el documental de Scorsesse sobre los cien años de cine norteamericano: James Cagney haciendo comedia en lo que sería su última película en treinta años, tres soviets muy similares a los de “Ninotchka” fascinados por el capitalismo, un fracaso comercial cuyo rodaje en plena construcción del Muro de Berlín obligó a levantar locaciones idénticas en estudios. Sonaba demasiado bien. Hubo que esperar mucho tiempo para verla. Hasta que la diera Retro, doblada al castellano. Y aunque ya sabías que el director contaba no con siete u ocho obras maestras sino con siete u ocho obras maestras en géneros muy diversos, esta comedia no desentonaba en el contexto: un ejecutivo de Coca Cola del lado de Berlín Occidental debe recibir a la hija de un superior y, horror, la adolescente se enamora de un comunista y escapa al otro lado de la cortina de hierro... No es lo mejor de Wilder, pero tal vez sí la más wilderiana, junto a “The cookie`s fortune”. Puro comentario de sobremesa, que sintetiza el más lúcido cruce entre cinismo e indignación moral.

5) “My best friend wedding” (P.J.Hogan, 1997): lo admito. La primera vez que la vi, en cine, sólo como el perdedor que soy y seré, me sentía Alex de “La naranja mecánica” atado y con pinzas en los ojos. Era mucho menos afectada que la anterior de su director, sobre una chica obesa que quiere casarse aunque no tenga novio y escapa de su realidad a través de canciones de ABBA, pero basura sentimentaloide al fin. No alcanzó que durante un par de años Antares insistiera con que merecía una segunda oportunidad. Tuvo que suceder un desaire de amor no correspondido, y su consecuencia de estar frente a la tele como un zombie o un ebrio yanqui que a las nueve am va por su tercer “six beer pack”, y agarrarla empezada en el cable. Y sorpresa. De pronto me encontré buscando horario de repetición, que como no encontré devino en excursión al videoclub amigo y la mirada entre sorprendida y sospechosa de su dueño hippie cuarentón ante un cliente que suele llevar cosas más “profundas”. Hay dos escenas: una cuando Julia Roberts besa al novio, los ve la novia, escapa, y el novio persigue a la novia, Julia Roberts persigue al novio, ¿y quién persigue a Julia Roberts...? Y ese final, una vez más, que hace suponer que la belleza no es verdad, sino que en todo caso la verdad radica en la tristeza: el amigo que llama por celular a Julia Roberts, la describe como nadie la conoce y le dice que podrá ser una perdedora y estar condenada a la soledad, pero que siempre lo tendrá a él a su lado.

4) “When Harry met Sally…” (Rob Reiner, 1989): cuando la cinta con “My best friend wedding” llegó a su fin, al frenar la videocassetera apareció en The Film Zone esta película bastante vista a principios de los noventa, a través de la sucursal latinoamericana de HBO (cuando la compañía de cable no la había condenado al premiun). Iba por la escena en que Harry la invita al cine y Sally le responde que le encantaría, pero que ya tiene planes con alguien... Harry dice que saberlo lo pone muy feliz. Pero en fin... Probablemente no la odie tanto por rechazarlo como se odia a sí mismo por diluir su fatalismo cómico cuando está a su lado. De hecho, una hora más tarde, descubrimos que Sally es la última persona con la que quiere hablar antes de dormir. Y ella comportándose tan perra... Una vez le dije a una amiga que lo que hace realmente grande esta película es el hecho de que en la vida real Sally no hubiera besado a Harry durante el año nuevo en Nueva York, sino que lo hubiera mandado a tomar por culo. Mi amiga respondió: “yo sí lo besaría... si Harry no se pareciera a Billy Crystal sino a Jude Law...”. Tal vez la diferencia entre solteros y comprometidos es que mientras los comprometidos evidentemente odian a los solteros, insistiéndoles con presentaciones que no funcionan incluso antes de tener lugar; los solteros respetamos a las parejas, y hasta nos da alegría que existan, en los casos en que es evidente que amén de ser una pareja, son también grandes amigos. Lo cual no quiere decir que los grandes amigos puedan funcionar como pareja.

3) “Elvis: that`s the way it is” (Denis Sanders, 1970): medianoche en el cine Cosmos, durante un BAFICI. Con mi amigo Pablo Sebrelli hablábamos de las canciones que no podían faltar en este documental sobre el último Elvis: “In the ghetto”, “Suspicious minds”, algún cover de Sinatra. Algunas estaban. Otras no. Lo cierto es que este documental de Denis Sanders era mucho más que un show en vivo o un compilado de shows en vivo. Empezaba, de hecho, mostrando los ensayos. Enfocando los juegos y chistes de un entorno de tipos jodidos salidos de una de Scorsesse. Empezando, por supuesto, por “el Coronel” Tom Parker. Un holandés que tenía prohibida la entrada a Europa, que asistió al funeral de su protegido con gorra de baseball y presionó a Vernon para que firmase a ciegas un contrato no muy ventajoso. El hombre que estuvo a muy poco de destruir el master de “Suspicious minds”, antes de que saliera a mercado. Hay demasiadas historias en torno a Elvis, todas demasiado buenas: su noche de tedio con los Beatles, su entrevista con Richard Nixon, o aquella vez en que una Priscilla prisionera en Graceland lo dejó por su instructor de karate, y contra las recomendaciones de su séquito Elvis contrató a un asesino a sueldo que finalmente lo timó. Entre el público que asiste a ver el show, aparece Cary Grant. Qué más se puede pedir de una película.

2) “Bad Santa” (Terry Zwigoff, 2003): una vez tuve una cita. Quedamos en que llevaría una película para que viéramos juntos. Fue “Bad Santa”. Y por supuesto, la cosas no podría decirse que salieran bien. Era mi tercer encuentro. No con la cita, sino con la película. Comprada en Parque Rivadavia por un amigo, bajo mi presión, cuando yo había agotado mi presupuesto. Luego vista en cine junto a un público que había comprado la mentira diseñada por el distribuidor. Pensar “Bad Santa” como el anti “It`s a wonderfull life”. No hay wasp a la Jimmy Stewart sino un Billy Bob Thornton más parecido a un perro viejo quedándose sin pelaje. Si alguien no recupera la sonrisa luego de ver “Bad Santa”, mejor que piense en un cocktail de somníferos. No se puede elegir una escena favorita. Hay demasiadas: la bar tender judía que no conoció la navidad repitiendo FUCK ME SANTA, las negociaciones entre el enano y el vigilancia de la tienda vestido de cowboy, Thornton ebrio golpeando un maniquí, Thornton dando una lección a los compañeros de escuela que hacen un infierno de la vida del nerd, Thornton explicando que su familia no celebraba la navidad no porque fueran judíos sino porque su padre era un pedazo de hijo de puta golpeador, Thorton explicándole a un homosexual que por culpa de gente como él su hermano perdió un brazo en Vietnam, Thornton vomitando o perdiendo el control de sus esfínteres o manteniendo el bajo perfil conduciendo un BMW. Volvería a verla en este preciso instante.

1) “Broken flowers” (Jim Jarmusch, 2005): anunciada como “película sorpresa” durante el festival de Pinamar, aunque los indicios eran bastante obvios para saber que se trataba, una vez más, de un improbable encuentro hecho realidad: Jim Jarmusch y Bill Murray. Escapé de un almuerzo para llegar a una función de prensa. Mi jefe estaba ahí, junto a su esposa. Cuando terminó, me dijo que el problema de la película es que en los primeros minutos promete demasiado, y luego no lo cumple. No supe qué responderle. O mejor dicho, mi respuesta consistió en permanecer las cuatro horas que duró la ceremonia de clausura, proyección incluida de “Las muñecas rusas”, y a la salida, al ver la fila de una función para público de “Broken flowers”, escapar esta vez de mi última cena en Pinamar. Pensaba limitarme a esos primeros minutos que van de Bill Murray en equipo de gimnasia FILA, recibiendo una carta misteriosa en la que se anuncia que tiene un hijo que lo está buscando, hasta que visita a la primera de sus cinco ex novias entre las que sale a buscar indicios. Pero cómo no esperar la escena del buen Bill con las secuelas de una paliza, visitando a su novia muerta...

3 Comments:

At 3:58 PM, Anonymous Anonymous said...

"¿Qué sería un clásico, en este contexto? Supongo que un texto que sobrevive a las malas traducciones. “El corazón de las tinieblas” en la edición del diario Crónica, pero Conrad al fin."

Curioso... Justo hace un par de días estaba releyendo aquel ensayo de Borges ("La supersticiosa ética del lector") que dice:

"La página que tiene vocación de inmortalidad puede atravesar el fuego de las erratas, de las versiones aproximativas, de las distraídas lecturas, de las incomprensiones, sin dejar el alma en la prueba. No se puede impunemente variar (así lo afirman quienes restablecen su texto) ninguna línea de las fabricadas por Góngora; pero el Quijote gana póstumas batallas contra sus traductores y sobrevive a toda descuidada versión".

Cita consciente, cita inconsciente, o coincidencia?

 
At 11:45 AM, Blogger Marco Pollock said...

En mi caso:

El ejército de las tinieblas (1993 - Sam Raimi)

Uno de los primeros vhs de los que tengo el recuerdo de ir al videoclub y decir (sólo por el dibujo de la tapa) "esta, quiero ver esta".

Y fue todo lo que esperaba, aún hoy una de mis películas preferidas.

 
At 9:59 PM, Anonymous Anonymous said...

Con respecto al tema de los films que "soportan pésimos doblajes" (o libros que soportan pésimas traducciones), cada vez que pesco "Carrie" en cable, aunque sea doblada por Space, no puedo cambiar el canal, y redescubro por qué Brian De Palma es mi director favorito, el más grande tensionador de imágenes de las últimas décadas. Ése para mí es un clásico absoluto.

Y te dije que "La boda de mi mejor amigo" era brillante.

 

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